viernes, 21 de marzo de 2014

Algunas preguntas sobre la Misa




¿Cuál es la Forma Extraordinaria de la Santa Misa?

La Forma Extraordinaria de la Misa, también llamada Misa Tridentina o Misa Tradicional en Latín es la forma de la Misa celebrada universalmente por la Iglesia Católica hasta la década de 1960.

Entre las diferencias más evidentes con respecto a la forma Ordinaria de la Misa están el uso del latín en todas las oraciones y la postura del sacerdote que siempre debe mirar hacia el oriente [1].

Popularmente se dice que el sacerdote celebra de espaldas a los fieles, sin embargo esta aseveración es incorrecta, ya que no se trata de que está dando la espalda al pueblo, sino más bien que se encuentra frente al altar y sus reliquias, al sagrario y la cruz, por lo cual tanto el sacerdote como los fieles tienen la misma postura, todos orando en la misma posición y hacia el mismo punto, de cara al Señor.

El Santo Padre Benedicto XVI ha enseñado a toda la Iglesia Católica que la Misa Tradicional en Latín es un tesoro precioso que debe conservarse. Fuente


[1] O también al llamado oriente litúrgico.


¿Qué tan antigua es la Misa Tradicional en Latín?


La Santa Misa fue instuitida por Nuestro Señor Jesucristo en la última cena, no obstante las diferentes formas con las que se ha celebrado fueron variando desde los tiempos apostólicos tanto en Oriente como en Occidente.

El origen de la Santa Misa Tradicional en latín es uno de los más antiguos, ya que en su esencia data de hace mas de 1500 años, siendo el Papa San Gregorio Magno (590-604) el que realizó algunas de sus últimas modificaciones más importantes. [1]

Precisamente del nombre del Papa San Gregorio es donde deriva el hermoso y sacro canto litúrgico llamado canto gregoriano que tambien ha acompañado la celebración de la Santa Misa durante muchos siglos.

En 1570 el Papa San Pio V que es el patrono de Una Voce Costa Rica, estableció una versión uniforme del Misal respondiendo a las rigurosas prescripciones del Concilio de Trento, sin embargo es importante mencionar que el Papa San Pio V no creó una Misa nueva, sino que codificó una versión más uniforme del Misal que en esencia venía siendo usado por la Iglesia desde hace siglos.

De esta manera, por su antiguedad podemos constatar que esta forma de la Misa es la que conocieron y amaron la mayoría de nuestros venerables santos como San Francisco y Santa Clara de Asís, Santo Domingo, Santa Catalina de Siena, San Ignacio, Santa Teresa, San Alfonso María de Ligorio, San Juan Bosco, San Martin de Porres, Santa Teresita, Padre Pío y muchos más.

El Papa quiere que hoy tambien nosotros tengamos a nuestra disposición participar en la misma forma de la Misa en la que participaron tantos y tantos de nuestros amados santos.


[1] Esto ha sido confirmado por prestigiosos historiadores de la liturgia como Adrian Fortescue y Klaus Gamber.


¿Por qué la gente quiere la Misa Tradicional en Latín?

La respuesta simple es porque reconocen su valor. El Papa Benedicto XVI lo expresa de esta forma en la carta a los obispos que acompaña al Motu Proprio Summorum Pontificum:

Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisadamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto.

Las riquezas se encuentran en cada uno de los elementos del Misal: en las oraciones propias, así como en el ordinario, en las rúbricas, el leccionario y el calendario, y se reflejan en la espiritualidad especial de la Misa rezada, así como en las formas más espléndidas como la forma cantada y solemne de la Misa y en las ceremonias especiales para determinadas épocas del año, como en la Pascua. La impresión más inmediata que muchas personas obtienen de la Misa tradicional, y que logra atraerlas tanto, es referida en la carta a los Obispos que acompaña el Summorum Pontificum: "Aquella sacralidad que atrae a muchos hacia el uso antiguo". La Misa Tradicional hace evidente de inmediato que lo que está ocurriendo es algo sagrado.

La Misa Tradicional en Latín también tiene un lugar importante que trasciende ampliamente la vida los católicos ligados a ella. Summorum Pontificum lo expresa de esta forma:

...En algunas regiones, sin embargo, no pocos fieles adhirieron y siguen adhiriendo con mucho amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, que habían embebido tan profundamente su cultura y su espíritu, que el Sumo Pontífice Juan Pablo II, movido por la preocupación pastoral respecto a estos fieles, en el año 1984, con el indulto especial "Quattuor abhinc annos", emitido por la Congregación para el Culto Divino, concedió la facultad de usar el Misal Romano editado por el beato Juan XXIII en el año 1962. (SP, prefacio).
La Misa Tradicional fue para muchos el eje central de su cultura y la espiritualidad católica, esto era especialmente cierto en aquellas regiones mencionadas, donde la Misa era el centro de la piedad católica, en lugar de otras devociones extra-litúrgicas como el Rosario, las procesiones y otras.

El Papa Benedicto XVI se refiere a esta cultura y espiritualidad como algo muy positivo, su preservación es lo suficientemente importante como para justificar el acto del Papa Juan Pablo II, y por ende los subsequentes actos papales.

Se trata de una forma de vida genuina, fecunda y llena de vitalidad que no es solamente característica de ciertas regiones en un periodo histórico determinado, sino que puede ser retomada por nuevas generaciones de católicos alrededor del mundo, lo que es notable en las numerosas comunidades que han florecido en su amor por la Misa Tradicional en diversos lugares incluyendo Costa Rica. [1]

El cardenal Castrillón Hoyos lo describió de esta manera, en una entrevista:

No me gusta, de hecho, las concepciones que quieren reducir el “fenómeno” tradicionalista sólamente a la celebración del Rito Antiguo, como si se tratase de un apego nostálgico y obstinado al pasado. Esto no corresponde a la realidad que se vive en el interior de este vasto grupo de fieles. En realidad, estamos allí frecuentemete en presencia de una visión cristiana de la vida de fe y devoción..., un deseo profundo de espiritualidad y de sacralidad, ... Es interesante en seguida resaltar cómo se encuentran en el seno de esta realidad muchos jóvenes, nacidos después del Concilio Ecuménico Vaticano II. Ellos manifiestan... una ‘simpatía de corazón’ por una forma de celebración, y también de catequésis, que ... deja un amplio espacio al clima de sacralidad y de espiritualidad que justamente conquista también a los jóvenes de hoy: no se puede ciertamente definirlos como “nostálgicos” o como un vestigio del pasado. [2]

(Entrevista en la revista The Latin Mass, mayo de 2004)
Traducción de un artículo de "Latin Mass Society of England and Wales".

[1]. Adenda de UVCR.
[2]. IDEM



¿Por qué a los jóvenes les gusta la Misa Tridentina?

Mucha gente aún se asombra de que tengamos un grupo que reúne a católicos que desean la conservación de la tradición litúrgica de la Iglesia a través de la Misa Tradicional en Latín, expresiones como “eso es anticuado”, “ya pasó de moda”, “los jóvenes quieren lo nuevo y lo moderno” y “solos los nostálgicos que crecieron antes del Concilio Vaticano II van a estar interesados” las escuchamos con frecuencia.

La realidad en Costa Rica y el mundo es otra, la mayoría de las personas interesadas en la Misa Tradicional en Latín son jóvenes, que nacieron mucho después del Concilio (que por cierto nunca propuso eliminar o prohibir la Misa Tridentina) y que desean conservar el tesoro de la tradición de la Iglesia en todo su esplendor.

Ante esto, hemos querido contactar a algunos muchachos que han mostrado interés por la Forma Extraordinaria del Rito Romano para hacerles la siguiente pregunta:

¿Por qué te sientes atraído por la Misa Tradicional en Latín?

Estas son algunas de sus respuestas:

Porque con ella se evangelizó América, que como decía nuestro amado Juan Pablo II, "es el continente de la esperanza". Ahora nosotros como jóvenes, en una sola voz, decimos: ¡y esta Misa es la esperanza de la juventud!". 

Mónica, 22 años, Cartago.

Porque en ella está la gracia santificante, la grandeza de Nuestro Señor y toda su humildad. La belleza y majestuosidad redentora del magisterio de la Santa Iglesia Católica, contenida en la Palabra y la Tradición que nos acompaña desde hace dos mil años. Ahí está Nuestro Redentor y amigo que nunca falla, Jesucristo nuestro Jefe.

José Pablo, 18 años, Heredia.

Por ser la máxima exposición de la teología y fe católica, es la Misa que de manera más perfecta rinde a Dios gloria.

Daniel, 24 años, Goicoechea.

Por ser la Misa que alimentó espiritualmente y santificó a casi todos nuestros amados santos, desde el más humilde hasta el más docto.

Pamela, 22 años, Cartago.

Por ser la Misa que más herejes ha convertido y sigue convirtiendo.
Andrés, 25 años, Escazú.
Andrés tambien nos comparte el testimonio de sus sobrinas de 8 y 12 años, quienes asisten a Misa Tridentina en España desde bebés.

Esto es lo que le han dicho las niñas: 

Porque no me siento rara usando el velo, ya que todas lo usamos para agradar a Dios como nos pide San Pablo.
Gabriela, 12 años.
Porque me gusta ir donde mis amigos y Jesús es mi mejor amigo que baja desde el cielo para decirme que me quiere mucho.
Sofía, 8 años.


Me atrae la Misa Tridentina porque cada momento está lleno de solemnidad y misterio, de asombro, de amor, un amor coherente con el Sacrificio de Cristo en la cruz. Es coherencia en nuestros gestos ante el gran misterio del amor infinito de Dios en la Cruz, porque yo veo a la Misa Tridentina como si fuera una hermosa poesía de amor entre dos enamorados: Cristo y su Iglesia.

Jose, 28 años, Moravia.

Porque me hace profundizar en la identidad católica construida con el paso de los siglos, porque el latín me permite meditar en la catolicidad de la Iglesia, porque cuando el sacerdote adopta la posición Ad Orientem me hace notar la uniformidad de la oración de los hijos de Dios durante la Misa.

Daniel, 20 años, Alajuelita.

Adicionalmente dos amigos que viven fuera de Costa Rica también nos comentan:


La Misa Tridentina es la Misa de la Iglesia [...] celebrada por miles de santos en el transcurso del tiempo. Solo aquel que ya estuvo en esta Misa se dará cuenta de lo diferente que es, completamente sobrenatural y por supuesto la más odiada por Satanás porque tiene oraciones de exorcismos [...] sin duda lo bueno debe volver y Jesucristo debe ser de nuevo el centro de todo, reverenciado como se debe...

Dyrlyd, 21 años, Paraguay.

Porque se siente más la presencia mística del Calvario en toda su Gloria y Esplendor.

Daniel, 21 años, Francia.




Una Voce, Costa Rica.

domingo, 9 de marzo de 2014

Carta para la Cuaresma 1895 - Card. Sarto



Teniendo como deber, por exigencias de mi ministerio apostólico, exhortar a todos a observar puntualmente el cumplimiento de la Santa Cuaresma, y de esta forma estar en actitud digna de recibir a Jesucristo en la solemnidad pascual, se abren mis labios espontáneamente con esas palabras con las que la Santa Liturgia inicia este tiempo de retiro, de ayuno y de oración. 

“Transcurrido el pasado tiempo en medio de la somnolencia y de una detestable indiferencia y ociosidad, levantémonos con presteza de nuestro sueño y cubrámonos de ceniza, puesto el cilicio y con ayunos y llantos invoquemos al Señor; haciendo penitencia para enmendarnos del mal que por ignorancia o malicia hayamos cometido”

Mas si esta exhortación al ayuno, al cilicio y a la penitencia supusiese demasiado para el espíritu mundano, entremos no obstante en el espíritu de la Iglesia que como Madre benigna, y con el deseo de adaptarse a la fragilidad de sus hijos, ha mitigado todas estas prácticas santas, por lo cual no puedo dejar de traer aquí las palabras de San Pedro dirigidas a los cristianos de su tiempo: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo da vueltas a vuestro alrededor, como león rugiente, buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la Fe” (I San Pedro V, 8-9); y sin ninguna duda, si practican estos santos consejos, la Santa Cuaresma será un tiempo aceptable, será el tiempo de la salvación.
Necesidad de la Penitencia 

La recta razón y la Fe nos manifiestan conjuntamente esta verdad: fue precisamente en el momento en que se rompió la amistad con Dios en el Paraíso terrenal, cuando se suscitó dentro de nosotros la concupiscencia, incentivo y alimento de las más escondidas pasiones, germen de los vicios y causa fatal de la guerra entablada entre la carne y el espíritu, la cual con magistrales trazos y elocuentes palabras fue descrita por San Pablo de la forma siguiente: “Me complazco en la Ley de Dios según el hombre interior: mas llevo otra ley en mis miembros opuesta a la ley del espíritu, que me hace esclavo de la ley del pecado, y esta ley está impresa en mis miembros. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” 

El único remedio para obtener esta liberación es combatir en nosotros esa raíz que es la causa principal de nuestros vicios y de nuestras pasiones, y como nuestro gran enemigo es el cuerpo, habrá que esforzarse en humillarlo para reconducirlo a su verdadero fin, dada la carga de pereza que lleva consigo, y mediante esta humillación se adquirirá una vida más vigorosa en perfecta armonía con el espíritu.

Fuente: Card. Giuseppe Sarto, Patriarca de Venecia (luego San Pío X), Carta para la Cuaresma de 1895

miércoles, 5 de marzo de 2014

Cuaresma 2014



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CUARESMA 2014

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)




Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?


La gracia de Cristo


Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).


La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8),«heredero de todo» (Heb 1, 2).


¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfrRom 8, 29).


Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.




Nuestro testimonio


Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.


A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.


No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.


El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.


Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.


Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.


Vaticano, 26 de diciembre de 2013


Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir









Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)


Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?


La gracia de Cristo


Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).


La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8),«heredero de todo» (Heb 1, 2).


¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfrRom 8, 29).


Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.


Nuestro testimonio


Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.


A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.


No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.


El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.


Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.


Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.


Vaticano, 26 de diciembre de 2013


Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

Perdón Oh Dios mío