viernes, 14 de noviembre de 2014

Siete excelencias de la Sotana




Seguidamente exponemos siete excelencias de la sotana condensadas de un escrito del ilustre PADRE JAIME TOVAR PATRÓN.

1º - El recuerdo constante del sacerdote
Ciertamente que, una vez recibido el orden sacerdotal, no se olvida fácilmente. Pero nunca viene mal un recordatorio: algo visible, un símbolo constante, un despertador sin ruido, una señal o bandera. El que va de paisano es uno de tantos, el que va con sotana, no. Es un sacerdote y él es el primer persuadido. No puede permanecer neutral, el traje lo delata. O se hace un mártir o un traidor, si llega el caso. Lo que no puede es quedar en el anonimato, como un cualquiera. Y luego... ¡Tanto hablar de compromiso! No hay compromiso cuando exteriormente nada dice lo que se es. Cuando se desprecia el uniforme, se desprecia la categoría o clase que éste representa.

2º - Presencia de lo sobrenatural en el mundo
No cabe duda que los símbolos nos rodean por todas partes: señales,
banderas, insignias, uniformes... Uno de los que más influjo produce es el uniforme. Un policía, un guardián, no hace falta que actúe, detenga, ponga multas, etc. Su simple presencia influye en los demás: conforta, da seguridad, irrita o pone nervioso, según sean las intenciones y conducta de los ciudadanos.
Una sotana siempre suscita algo en los que nos rodean. Despierta el sentido de lo sobrenatural. No hace falta predicar, ni siquiera abrir los labios. Al que está a bien con Dios le da ánimo, al que tiene enredada la conciencia le avisa, al que vive apartado de Dios le produce remordimiento.
Las relaciones del alma con Dios no son exclusivas del templo. Mucha, muchísima gente no pisa la Iglesia. Para estas personas, ¿qué mejor forma de llevarles el mensaje de Cristo que dejándoles ver a un sacerdote consagrado vistiendo su sotana? Los fieles han levantando lamentaciones sobre la desacralización y sus devastadores efectos. Los modernistas claman contra el supuesto triunfalismo, se quitan los hábitos, rechazan la corona pontificia, las tradiciones de siempre y después se quejan de seminarios vacíos; de falta de vocaciones. Apagan el fuego y luego se quejan de frío. No hay que dudarlo: la desotanización lleva a la desacralización.

3º - Es de gran utilidad para los fieles
El sacerdote lo es, no sólo cuando está en el templo administrando los sacramentos, sino las veinticuatro horas del día. El sacerdocio no es una profesión, con un horario marcado; es una vida, una entrega total y sin reservas a Dios. El pueblo de Dios tiene derecho a que lo asista el sacerdote. Esto se les facilita si pueden reconocer al sacerdote de entre las demás personas; si éste lleva un signo externo. El que desea trabajar como sacerdote de Cristo debe poder ser identificado como tal para el beneficio de los fieles y el mejor desempeño de su misión.

4º - Sirve para preservar de muchos peligros
¡A cuántas cosas se atreverán los clérigos y religiosos si no fuera por el hábito! Esta advertencia, que era sólo teórica cuando la escribía el ejemplar religioso P. Eduardo F. Regatillo, S. I., es hoy una terrible realidad.
Primero, fueron cosas de poco bulto: entrar en bares, sitios de recreo, alternar con seglares, pero poco a poco se ha ido cada vez a más.
Los modernistas quieren hacernos creer que la sotana es un obstáculo para que el mensaje de Cristo entre en el mundo. Pero, al suprimirla, han desaparecido las credenciales y el mismo mensaje. De tal modo, que ya muchos piensan que al primero que hay que salvar es al mismo sacerdote que se despojó de la sotana supuestamente para salvar a otros.
Hay que reconocer que la sotana fortalece la vocación y disminuye las
ocasiones de pecar para el que la viste y los que lo rodean. De los miles (que abandonan el sacerdocio), prácticamente ninguno abandonó la sotana el día antes de irse: lo habían hecho ya mucho antes.

5º - Ayuda desinteresada a los demás
El pueblo cristiano ve en el sacerdote el hombre de Dios, que no busca su bien particular sino el de sus feligreses. La gente abre de par en par las puertas del corazón para escuchar al padre que es común del pobre y del poderoso. Las puertas de las oficinas y de los despachos por altos que sean se abren ante las sotanas y los hábitos religiosos. ¿Quién le niega a una monjita el pan que pide para sus pobres o sus ancianitos? Todo esto viene tradicionalmente unido a unos hábitos. Este prestigio de la sotana se ha ido acumulando a base de tiempo, de sacrificios, de abnegación. Y ahora, ¿se desprenden de ella como si se tratara de un estorbo?

    

6º - Impone la moderación en el vestir
La Iglesia preservó siempre a sus sacerdotes del vicio de aparentar más de lo que se es y de la ostentación dándoles un hábito sencillo en que no caben los lujos. La sotana es de una pieza (desde el cuello hasta los pies), de un color (negro) y de una forma (saco). Los armiños y ornamentos ricos se dejan para el templo, pues esas distinciones no adornan a la persona sino al ministro de Dios para que dé realce a las ceremonias sagradas de la Iglesia.
Pero, vistiendo de paisano, le acosa al sacerdote la vanidad como a cualquier mortal: las marcas, calidades de telas, de tejidos, colores, etc. Ya no está todo tapado y justificado por el humilde sayal. Al ponerse al nivel del mundo, éste lo zarandeará, a merced de sus gustos y caprichos. Habrá de ir con la moda y su voz ya no se dejará oír como la del que clamaba en el desierto cubierto por el palio del profeta tejido con pelos de camello.

7º - Ejemplo de obediencia al espíritu y legislación de la Iglesia
Como uno que comparte el Santo Sacerdocio de Cristo, el sacerdote debe ser ejemplo de la humildad, la obediencia y la abnegación del Salvador. La sotana le ayuda a practicar la pobreza, la humildad en el vestuario, la obediencia a la disciplina de la Iglesia y el desprecio a las cosas del mundo. Vistiendo la sotana, difícilmente se olvidará el sacerdote de su papel importante y su misión sagrada o confundirá su traje y su vida con la del mundo.

Tomado de "http://www.vocaciones.org.ar"

viernes, 1 de agosto de 2014

Jean Madiran y la “Historia de la Misa prohibida”


(de Roberto de Mattei, traducciòn de Tradición Digital) No es quizá una casualidad que Jean Madiran haya fallecido, el 31 de julio de 2013, con 93 años de edad, justo mientras en la Iglesia estallaba el “caso” de los Franciscanos de la Inmaculada. En efecto, los Frailes franciscanos del padre Stefano Manelli se encuentran hoy viviendo un drama que Madiran y otros pioneros de la resistencia católica contra el progresismo vivieron en los años setenta del siglo XX, tras la promulgación del Novus Ordo Missae de Pablo VI.
Jean Madiran, seudónimo de Jean Arfel, nació el 14 de junio de 1920 en Libourne, en el departamento de la Gironda y, desde su más temprana juventud, se hizo notar por sus talentos de escritor y periodista. Se acercó a Charles Maurras, pero una profunda conversión intelectual lo llevó a redescubrir el pensamiento de santo Tomás de Aquino, bajo el magisterio de maestros como Etienne Gilson y Charles Koninck. Con 36 años, en 1956, creó la revista “Itinéraires”, destinada a ser, durante casi cuarenta años, el punto de referencia del mundo de la Tradición en Francia y, en 1982, fundó el diario “Présent” en el que ha seguido publicando sus lúcidos artículos editoriales hasta pocas semanas antes de la muerte. Fue, junto con Augusto Del Noce, Alain Besançon y otros pocos, uno de los estudiosos más agudos de las raíces ideológicas del comunismo (especialmente con La vieillesse du monde, Dominique Martin Morin, 1966), pero sobre todo fue un observador implacable de los procesos de autodemolición de la Iglesia en obras como L’Héresie du XX siècle (Nouvelles Editions Latines, 1968) y La révolution copernicienne dans l’Eglise (Editions de Paris, 2004).
La herejía del siglo XX salió en Francia en 1968 y fue el primer libro que se tradujo al italiano, en 1972, publicado por la editorial de Giovanni Volpe. En esta obra, en la que dijo que había manifestado todas las razones de la batalla intelectual de su vida (“Présent”, 13-14 de mayo de 1988), Madiran denuncia el alejamiento de la doctrina social de la Iglesia por parte del episcopado francés, viendo en esto una de las principales causas de la crisis de su tiempo. En 2011 se tradujeron al italiano otras dos obras suyas muy significativas: L’accordo di Metz tra Cremlino e Vaticano [El acuerdo de Metz entre el Kremlin y el Vaticano] (Editore Pagine) y La destra e la sinistra [La derecha y la izquierda] (Fede e Cultura). Justo en ese año Jean Madiran estuvo en Italia, invitado por la Fundación Lepanto, sorprendiendo a los que le encontraron por su vigor intelectual y por el conocimiento que tenía de las obras críticas sobre el Concilio Vaticano II recientemente publicadas en Italia.
Pero en estos días, Madiran merece ser recordado también por su indómita defensa de la Misa tradicional, de la que trazó la historia en su libro Histoire de la Messe interdite [Historia de la Misa prohibida] (2 voll., Via Romana, 2007 y 2009). Tras la Constitución Apostólica Missale Romanum con la que Pablo VI, el 3 de abril de 1969, introdujo la nueva Misa, el 12 de noviembre de ese mismo año apareció en Francia un decreto, firmado por el cardenal Marty,presidente de la Conferencia Episcopal, con el cual se establecía el uso obligatorio del nuevo Ordo Missae, en francés, a partir del 1 de enero de 1970. Esto conllevaba que la Misa tradicional, vigente desde hace siglos, estaría prohibida desde el 31 de diciembre de 1969. Empezó entonces una batalla que aún no ha concluido.
Recuerda Madiran que desde los años cincuenta del siglo XX, los obispos y los teólogos franceses se habían distanciado de la Iglesia de Roma, acusándola de ser prisionera de una escuela teológica y jurídica represiva. El Vaticano II brindó la ocasión para lanzar un ataque sistemático a la escuela teológica romana y también para contribuir al vuelco litúrgico de Pablo VI, sensible, desde su juventud, a las sugestiones de los ambientes progresistas franceses. Cuando se inauguró el Concilio Vaticano II, en octubre de 1962, padre Yves Congar, futuro cardenal, lo definió entusiasta “la Revolución de octubre de la Iglesia” (refiriéndose a la Revolución de octubre leninista de 1917): una Revolución que no tuvo su punto culminante en los documentos del Concilio, sino en la Reforma litúrgica que los siguió.

Cuando, en abril de 1969, el nuevo Ordo Missae entró en vigencia, unos eminentes miembros de la jerarquía desarrollaron una persuasiva crítica. Los cardenales Ottaviani y Bacci presentaron a Pablo VI un Breve examen crítico del Novus Ordo Missae redactado por un selecto grupo de teólogos de varios países, en el cual se afirmaba que “el Novus Ordo Missae (…) representa, tanto en su conjunto con en los particulares, un impresionante alejamiento de la teología católica de la Santa Misa, tal y como fue formulada en la sesión XXII del Concilio Tridentino el cual, fijando definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que intentara menoscabar la integridad del misterio”. La crítica del Novus Ordo fue sucesivamente desarrollada por muchos estudiosos laicos, entre ellos: el francés Louis Salleron, el inglés Michael Davies, el brasileño Arnaldo Xavier da Silveira. En Francia, Jean Madiran fue un convencido difusor del Breve examen crítico y recogió en su “Itinéraires” las voces de todos aquellos que, en conciencia, consideraban no poder aceptar la Nueva Misa. Un eminente canonista, el abad Raymond Dulac, volvió a publicar en abril de 1972, con un esmerado comentario suyo, la bula Quo primum (1570) de san Pío V, demostrando cómo la Constitución Missale Romanum de Pablo VI no había abrogado y no podía abrogar la bula tridentina, que garantizaba a la Misa restaurada por el Papa Ghislieri un perpetuo indulto-privilegio.
En enero de 1973 apareció en la revista “Itinéraires” una carta-llamamiento de Madiran dirigida a Pablo VI, del 21 de octubre de 1972, que iniciaba con estas palabras: “Beatísimo Padre, devuélvanos la Escritura, el catecismo y la Mesa, que, cada día más, nos sustrae una burocracia colegial, despótica e impía que, con razón o injustamente, pero sin ser nunca desmentida, pretende imponerse en nombre del Vaticano II y de Pablo VI. Devuélvanos la Misa católica tradicional, latina y gregoriana, según el Misal Romano de san Pío V. Usted permite que se diga que la habría prohibido. Pero ningún pontífice podría, sin abusar del poder, vedar un rito milenario de la Iglesia católica, canonizado por el Concilio de Trento. Si efectivamente se produjera tal abuso de poder, la obediencia a Dios y a la Iglesia sería resistir y no sufrirlo en silencio”. La carta fue sucesivamente co-firmada y comentada por ilustres personalidades como Alexis Curvers, Marcel De presidente de la Conferencia Episcopal, con el cual se establecía el uso obligatorio del nuevo Ordo Missae, en francés, a partir del 1 de enero de 1970. Esto conllevaba que la Misa tradicional, vigente desde hace siglos, estaría prohibida desde el 31 de diciembre de 1969. Empezó entonces una batalla que aún no ha concluido.
Recuerda Madiran que desde los años cincuenta del siglo XX, los obispos y los teólogos franceses se habían distanciado de la Iglesia de Roma, acusándola de ser prisionera de una escuela teológica y jurídica represiva. El Vaticano II brindó la ocasión para lanzar un ataque sistemático a la escuela teológica romana y también para contribuir al vuelco litúrgico de Pablo VI, sensible, desde su juventud, a las sugestiones de los ambientes progresistas franceses. Cuando se inauguró el Concilio Vaticano II, en octubre de 1962, padre Yves Congar, futuro cardenal, lo definió entusiasta “la Revolución de octubre de la Iglesia” (refiriéndose a la Revolución de octubre leninista de 1917): una Revolución que no tuvo su punto culminante en los documentos del Concilio, sino en la Reforma litúrgica que los siguió.

Cuando, en abril de 1969, el nuevo Ordo Missae entró en vigencia, unos eminentes miembros de la jerarquía desarrollaron una persuasiva crítica. Los cardenales Ottaviani y Bacci presentaron a Pablo VI un Breve examen crítico del Novus Ordo Missae redactado por un selecto grupo de teólogos de varios países, en el cual se afirmaba que “el Novus Ordo Missae (…) representa, tanto en su conjunto con en los particulares, un impresionante alejamiento de la teología católica de la Santa Misa, tal y como fue formulada en la sesión XXII del Concilio Tridentino el cual, fijando definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que intentara menoscabar la integridad del misterio”. La crítica del Novus Ordo fue sucesivamente desarrollada por muchos estudiosos laicos, entre ellos: el francés Louis Salleron, el inglés Michael Davies, el brasileño Arnaldo Xavier da Silveira. En Francia, Jean Madiran fue un convencido difusor del Breve examen crítico y recogió en su “Itinéraires” las voces de todos aquellos que, en conciencia, consideraban no poder aceptar la Nueva Misa. Un eminente canonista, el abad Raymond Dulac, volvió a publicar en abril de 1972, con un esmerado comentario suyo, la bula Quo primum (1570) de san Pío V, demostrando cómo la Constitución Missale Romanum de Pablo VI no había abrogado y no podía abrogar la bula tridentina, que garantizaba a la Misa restaurada por el Papa Ghislieri un perpetuo indulto-privilegio.
En enero de 1973 apareció en la revista “Itinéraires” una carta-llamamiento de Madiran dirigida a Pablo VI, del 21 de octubre de 1972, que iniciaba con estas palabras: “Beatísimo Padre, devuélvanos la Escritura, el catecismo y la Mesa, que, cada día más, nos sustrae una burocracia colegial, despótica e impía que, con razón o injustamente, pero sin ser nunca desmentida, pretende imponerse en nombre del Vaticano II y de Pablo VI. Devuélvanos la Misa católica tradicional, latina y gregoriana, según el Misal Romano de san Pío V. Usted permite que se diga que la habría prohibido. Pero ningún pontífice podría, sin abusar del poder, vedar un rito milenario de la Iglesia católica, canonizado por el Concilio de Trento. Si efectivamente se produjera tal abuso de poder, la obediencia a Dios y a la Iglesia sería resistir y no sufrirlo en silencio”. La carta fue sucesivamente co-firmada y comentada por ilustres personalidades como Alexis Curvers, Marcel De Corte, Henri Rambaud, Louis Salleron, Eric de Saventhem, Jacques Trémolet de Villers, en un volumen, de extrema actualidad, intitulado Réclamation au Saint-Père (Nouvelles Editions Latines, 1974).

Para Madiran el problema de la Misa estaba estrictamente vinculado al del catecismo y de la Sagrada Escritura. De hecho, la prohibición de la Misa había sido precedida por la interdicción general en las diócesis francesas de todos los catecismos pre-conciliares, especialmente del áureo catecismo de san Pío X. Durante 27 años, desde 1956 hasta 1992, año en el que fue promulgado por Juan Pablo II el nuevo Catecismo de la Iglesia católica, la Iglesia francesa quedó sin catecismo y, por lo tanto, sin impartir ninguna educación religiosa a los niños. Estas prohibiciones venían acompañadas, y aún se acompañan, de un vandalismo exegético que tergiversa la Sagrada Escritura. Basta con decir que los comentaristas de la Biblia en versión francesa consideran que todas las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios fueron inventadas después de su muerte. Además, desde 1965, la palabra “consustancial”, introducida en el lenguaje dogmático por el Concilio de Nicea (325), ha sido proscrita por los obispos franceses. Desde hace cincuenta años, cuando se recita el Credo, ya no se dice “de la misma sustancia”, sino “de la misma naturaleza”, aduciendo el absurdo pretexto de que el término “sustancia” habría cambiado de significado con el tiempo. Lo cual lleva a vaciar el dogma central del Cristianismo, expresado con el término “transustanciación”.
La protesta de Madiran y de los teólogos de “Itinéraires” acabó con el llamamiento dirigido a Pablo VI, el 6 de julio de 1971, y suscrito por cincuenta y siete exponentes del mundo cultural inglés, entre los que destaca la famosa escritora Agatha Christie (véanse el ensayo de Gianfranco Amato, L’indulto di Agata Christie, Come si è salvata la Messa tridentina in Inghilterra, Fede e Cultura, 2013). Todos ellos pedían a la Santa Sede “que considerara con la máxima gravedad cuál tremenda responsabilidad tendría que asumir ante la historia del espíritu humano si no accediera a dejar vivir en perpetuo a la Misa tradicional”. Entre los firmantes, había un centenar de eminentes personalidades de todo el mundo, entre los cuales, además de los escritores ingleses Agatha Christie, Robert Graves, Graham Green, Malcolm Mudderidge, Bernard Wall, destacaban Romano Amerio, Augusto Del Noce, Marcel Brion, Julien Green, Yehudi Menuhin, Henri de Montherlant, Jorge Luis Borges. El llamamiento de los fieles de todos los países que pedían el restablecimiento de la Misa tradicional, o al menos la “par condicio” para ella, empezaron a multiplicarse sobre todo gracias a la iniciativa de la asociación “Una Voce”. Se hicieron tres peregrinajes internacionales de los católicos hasta Roma para reconfirmar la fidelidad a la Misa y al catecismo de san Pío V.
Este amplio movimiento de resistencia se desarrolló entre 1969 y 1975, bastante antes de la explosión del así llamado “caso Lefebvre”, estallado el 29 de junio de 1976, cuando el arzobispo francés confirió el subdiaconado y el sacerdocio a 26 de sus seminaristas, incurriendo así en la “suspensión a divinis”. El año siguiente, durante una memorable conferencia dada en Roma, en Palacio Pallavicini, Mons. Lefebvre planteó unas preguntas que aún no han recibido respuesta: “¿Cómo puede ser que, continuando a hacer lo que yo mismo he hecho durante 50 años de mi vida, con las congratulaciones, con los alicientes de los Papas, y en particular del Papa Pío XII que me honraba con su amistad, que yo me encuentre hoy a ser considerado un enemigo de la Iglesia? (…) No creo que una cosa parecida sea posible ni concebible. Por lo tanto hay algo que ha cambiado en la Iglesia, algo que ha sido cambiado por los hombres de la Iglesia, en la historia de la Iglesia”. Mons. Lefebvre, presentado erróneamente como el “jefe” de los tradicionalistas, en realidad fue sólo la expresión más visible de un fenómeno que iba mucho más allá de su persona y que ahondaba sus raíces y su causa primera en los problemas levantados por el Concilio Vaticano II y su aplicación.
En los 14 años del pontificado de Pablo VI (1963-1978), el “partido montiniano” ocupó todas las posiciones de poder, desde la cumbre de la Curia romana hasta la presidencia de las conferencias episcopales. El proceso de autodemolición de la Iglesia se hizo dramático y Juan Pablo II heredó una situación ingobernable. Pero, a partir de su pontificado, la hostilidad contra la Misa tradicional empezó a disminuir de manera imperceptible. El Papa formó una comisión secreta compuesta por 8 cardenales, para estudiar la cuestión litúrgica. Éstos concluyeron que no existían razones, ni teológicas ni jurídicas, que permitieran prohibir el Rito tridentino. El 3 de octubre de 1984, la carta Quattuor abhinc annos, que la Congregación del Culto divino dirigió a los presidentes de las conferencias episcopales, decretó un indulto, para permitir la celebración de la Misa tridentina, que hasta ese momento se había considerado vedada. La inmensa mayoría de los obispos rehusó aplicar esta disposición y Juan Pablo II, en la carta Ecclesia Dei del 2 de julio de 1988, posterior a la ruptura entre Roma y la Fraternidad San Pío X, intimó respetar “el ánimo de todos aquellos que se sienten vinculados a la tradición litúrgica latina, mediante una amplia y generosa aplicación de las directrices, emanadas desde hace ya tiempo por la Sede apostólica, para la utilización del Misal Romano según la edición típica de 1962”.
También el resultado de esta disposición fue decepcionante, a causa del terco obstruccionismo de los obispos. El cardenal Ratzinger, que había siempre puesto la liturgia en el centro de sus intereses (véase: La questione liturgica. Atti delle “giornate liturgiche di Fontgombault”, 22-24 de julio de 2001, Nova Millennium, 2010), una vez elegido Papa decidió regular personalmente la cuestión y el 7 de julio de 2007 promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum, con el que restituía libero y pleno derecho de ciudadanía al Rito Romano antiguo. Tras casi cuarenta años, los “resistentes” de los años setenta veían por fin premiados sus esfuerzos. “El domingo pasado –escribía Madiran el 6 de septiembre de 2007– he vuelto, y no era el único, a la iglesia que se encuentra a unos pasos de mi casa, en vez de hacer veinte kilómetros de ida y veinte de vuelta. Ciertamente, lo importante no es que hayamos vuelto nosotros, sino que haya vuelto la Misa. ¡Qué gracia!” (Chroniques sous Benoît XVI, Via Romana, 2010, p. 197).

La Iglesia a la que Benedicto XVI ha devuelto la Misa tradicional es una Iglesia enferma, ocupada en sus más altos cargos por prelados progresistas, que continúan em servirse del Concilio Vaticano II como de una maza para golpear a sus enemigos. Es éste el caso de los Franciscanos de la Inmaculada, injustamente golpeados por su apego a la Misa tradicional con un decreto que representa una violación de las leyes universales de la Iglesia, en particular del Motu Proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, nunca abrogado, que concede a todo sacerdote la libertad de celebrar la Misa según la forma llamada “extraordinaria”.
La Madre María Francisca de las Hermanas Franciscanas de Città di Castello, en su ensayo sobre Los orígenes apostólico-patrísticos de la Misa Tridentina (en Il Motu proprio “Summorum Pontificum” di S.S. Benedetto XVI. Una speranza per tutta la Chiesa, vol. 3, ed. de P. Vincenzo Nuara O.P., Fede e Cultura, 2013, pp. 93-135 y también en http://unafides33.blogspot.com.es/2013/05/le-origini-apostolico-patristiche-della.html), ha documentado de modo exhaustivo cómo el Rito vigente hasta 1969 se remonta, en sus elementos esenciales, al Papa san Gregorio Magno y de éste, sin saltos, a los tiempos apostólicos, para reconectarse con la Última Cena y el sacrificio cruento de Jesucristo, del que cada Misa es representación incruenta. En el libro La Réforme liturgique en question, que en su edición francesa (Editions Sainte-Madeleine, 1992) luce una introducción del card. Ratzinger, mons Klaus Gamber, el gran liturgista alemán hacia el cual Papa Benedicto XVI ha demostrado siempre gran admiración, afirma que ningún Papa tiene el derecho de cambiar un Rito que se remonta a la Tradición Apostólica y que se ha formado en el curso de los siglos, cual es la así llamada Misa de san Pío V. A la plena et suprema potestas del Papa se le ponen claramente unos límites y Gamber llega a escribir, citando a los teólogos Suarez y Cayetano, que “un Papa se convertiría en cismático si no se quisiera mantener, como es su deber, en unión y conexión con el cuerpo entero de la Iglesia, al punto de intentar excomulgar a la Iglesia entera o de cambiar los Ritos confirmados por la Tradición Apostólica” (ivi, p. 37).


El Motu Proprio de Benedicto XVI ha aclarado que el Rito Romano tradicional de la Misa nunca ha sido (ni podía haber sido) abrogado y que la nueva Misa de Pablo VI es facultativa: como tal se la puede criticar y rechazar. Ningún sacerdote está obligado a celebrar la nueva Misa o a no celebrar libremente la Misa tradicional. Cualquier decreto u ordenanza que quisiese imponer la nueva Misa entrañaría un abuso que habría que denunciar y rechazar. Jean Madiran ha demostrado, con su ejemplo intelectual, cuán amplio y legítimo sea el espacio de la resistencia católica a las órdenes injustas. Él no fue una voz aislada. A sus exequias, celebradas según el Rito “extraordinario” por el padre abad de Barroux, Dom Louis Marie, acudieron los exponentes de las principales comunidades tradicionales, desde la Fraternidad San Pedro al Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote, del Instituto del Buen Pastor a la Fraternidad San Pío X. Jean Madiran, que se definió un “testigo de cargo contra su propio tiempo” (Entrevista del abad Guillaume de Tanoüarn, en “Certitudes”, julio-septiembre de 2002), fue antes que nada un católico militante. Hasta los últimos días de su vida, reivindicó con orgullo su ascendencia cultural y espiritual, reconociéndose en aquella escuela católica contra-revolucionaria, llamada “ultramontana”, por su fidelidad al Primado Romano, que en Francia cuenta entre sus principales representantes a Louis Veuillot, dom Guéranger, y el cardenal Pie. De esta escuela de pensamiento, no sólo francesa, él resumió los principios y trazó una amplia genealogía (L’école (informelle) contre-révolutionnaire, “Présent” 18 de febrero de 2011). Quienes critican con pedantería al mundo tradicional italiano, como han hecho, el 6 de agosto, Gianni Gennari en “Il Foglio” y Paolo Rodari en “La Repubblica”, no se dan cuenta de que este mundo tienes raíces intelectuales profundas y manifiesta su vitalidad justo en ocasiones de controversias, como la actual que afecta a los Franciscanos de la Inmaculada y la Misa tradicional. Al fin y al cabo, cada uno de nosotros, consciente o inconscientemente, pertenece a un partido, a una escuela, a una familia de almas. En la vida se trata de elegir de qué parte estar. Jean Madiran estaría en el bando de todos aquellos que hoy siguen manifestando con firmeza su inquebrantable fidelidad al Rito Romano antiguo. (de  Roberto de Mattei, traducciòn de Tradición Digital)

viernes, 11 de julio de 2014

5 razones para la Forma Extraordinaria




Desde el 7 de julio de 2007, fecha en la que S.S. Benedicto XVI promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre el uso del Misal de San Juan XXIII, han sido muchos los que han retomado y descubierto esta forma litúrgica, atraídos por su abundante riqueza. También son muchos los que todavía tiene prejuicios y miran con sospecha todo lo relacionado con la Misa gregoriana. Después de 7 años, se puede afirmar que el "nuevo movimiento liitúrgico" iniciado por el Papa Emérito va avanzando lentamente pero a buen paso... Testimonio de esto nos lo dan las noticias diarias en todo el mundo que se reflejan en los blogs católicos sensibles a esta realidad. 
 
Como resumen, podemos resumir la riqueza del Rito Antiguo en estos cinco puntos indiscutibles:
Su expresión perfecta y sin defecto de la fe de la Iglesia en los Dogmas Eucarísticos: la transus-tanciación, la Santa Misa como renovación del Sacrificio de Cristo en la Cruz de forma incruenta y la permanencia de la presencia real y sustancial de Jesús en la Eucaristía tras la Santa Misa.
La expresión también perfecta y sin defecto de toda la fe de la Iglesia, compendiada en el Credo Niceno-Constantinopolitano.

La antigüedad de esta forma litúrgica originada en la Iglesia de Roma junto a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo.
El sentido profundo de adoración que expresan las ceremonias y las palabras pronunciadas, así como su sentido de lo sacro que introduce en el Misterio Divino al Pueblo de Dios por medio del silencio y el recogimiento.

El respeto, la belleza, el buen gusto, la piedad, la riqueza y solemnidad de los ritos y ceremonias, la profunda riqueza y precisión de las fórmulas de la oración, la elevación y nobleza.

Publicado por Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina

sábado, 21 de junio de 2014

El crucifijo en el centro del altar en la Misa “hacia el pueblo”




Desde tiempos remotos, la Iglesia estableció signos sensibles que ayudaran a los fieles a elevar el alma a Dios. El Concilio de Trento, refiriéndose en particular a la Santa Misa, motivó esta costumbre recordando que “Como la naturaleza humana es tal que sin los apoyos externos no puede fácilmente levantarse a la meditación de las cosas divinas, por eso la piadosa madre Iglesia instituyó determinados ritos [...] con el fin de encarecer la majestad de tan grande sacrificio [la Eucaristía] e introducir las mentes de los fieles, por estos signos visibles de religión y piedad, a la contemplación de las altísimas realidades que en este sacrificio están ocultas” (DS 1746).

Uno de los signos más antiguos consiste en volverse hacia oriente para rezar. Oriente es símbolo de Cristo, el Sol de justicia. “Erik Peterson ha demostrado la estrecha conexión entre la oración hacia oriente y la cruz, conexión evidente como muy tarde en el periodo constantiniano. [...] Entre los cristianos se difundió la costumbre de indicar la dirección de la oración con una cruz sobre la pared oriental en el ábside de las basílicas, pero también en las habitaciones privadas, por ejemplo, de monjes y eremitas” (U.M. Lang, Rivolti al Signore, Siena 2006, p. 32).

“Si se nos pregunta hacia dónde miraban el sacerdote y los fieles durante la oración, la respuesta debe ser: ¡a lo alto, hacia el ábside! La comunidad orante durante la oración no miraba, de hecho, adelante al altar o a la cátedra, sino que elevaba a lo alto las manos y los ojos. Así el ábside llegó a ser el elemento más importante de la decoración de la iglesia, en el momento más íntimo y santo de la actuación litúrgica, la oración” (S. Heid, «Gebetshaltung und Ostung in frühchristlicher Zeit», Rivista di Archeologia Cristiana 82 [2006], p. 369). Cuando, por tanto, se encuentra representado en el ábside Cristo entre los apóstoles y los mártires, no se trata sólo de una representación, sino más bien de una epifanía ante la comunidad orante. La comunidad entonces “elevaba las manos y los ojos 'al cielo'”, miraba concretamente a Cristo en el mosaico absidial y hablaba con él, le rezaba. Evidentemente, Cristo estaba así directamente presente en la imagen. Dado que el ábside era el punto de convergencia de la mirada orante, el arte proporcionaba lo que el orante necesitaba: el Cielo, desde el que el Hijo de Dios se mostraba a la comunidad como desde una tribuna” (Ibíd., p. 370).

Por tanto, “rezar y orar para los cristianos de la antigüedad tardía formaba un todo. El orante quería no sólo hablar, sino esperaba también ver. Si en el ábside se mostraba de modo maravilloso una cruz celeste o a Cristo en su gloria celeste, entonces por eso mismo el orante que miraba hacia lo alto podía ver exactamente esto: que el cielo se abría para él y que Cristo se le mostraba” (Ibíd., p. 374).

El Crucifijo en el centro del altar en la Misa “hacia el pueblo”




De los anteriores apuntes históricos, se deduce que la liturgia no se comprende verdaderamente si se la imagina principalmente como un diálogo entre el sacerdote y la asamblea. No podemos aquí entrar en los detalles: nos limitamos a decir que la celebración de la Santa Misa “hacia el pueblo” es un concepto que entró a formar parte de la mentalidad cristiana sólo en la época moderna, como lo han demostrado estudios serios y lo reafirmó Benedicto XVI: “La idea de que sacerdote y pueblo en la oración deberían mirarse recíprocamente nació sólo en la época moderna y es completamente extraña a la cristiandad antigua. De hecho, sacerdote y pueblo no dirigen uno al otro su oración, sino que juntos la dirigen al único Señor” (Teología de la Liturgia, Ciudad del Vaticano 2010, pp. 7-8).

A pesar de que el Vaticano II nunca tocó este aspecto, en 1964 la Instrucción Inter Oecumenici, emanada del Consilium encargado de llevar a cabo la reforma litúrgica querida por el Concilio, en el n. 91 prescribió: “Es bueno que el altar mayor se separe de la pared para poder girar fácilmente alrededor y celebrar versus populum”. Desde aquel momento, la posición del sacerdote “hacia el pueblo”, aún no siendo obligatoria, se convirtió en la forma más común de celebrar Misa. Estando así las cosas, Joseph Ratzinger propuso, también en estos casos, no perder el significado antiguo de oración “orientada” y sugirió superar las dificultades poniendo en el centro del altar el signo de Cristo crucificado (cf. Teología de la Liturgia, p. 88). Uniéndome a esta propuesta, añadí a mi vez la sugerencia de que las dimensiones del signo deben ser tales que lo hagan bien visible, so pena de poca eficacia (cf. M. Gagliardi, Introduzione al Mistero eucaristico, Roma 2007, p. 371).
    
     

La visibilidad de la cruz del altar está presupuesta por el Ordenamiento General del Misal Romano: “Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado” (n. 308). No se precisa, sin embargo, si la cruz debe estar necesariamente en el centro. Aquí intervienen por tanto motivaciones de orden teológico y pastoral, que en el estrecho espacio a nuestra disposición no podemos exponer. Nos limitamos a concluir citando de nuevo a Ratzinger: “En la oración no es necesario, es más, no es ni siquiera conveniente mirarse mutuamente; mucho menos al recibir la comunión. [...] En una aplicación exagerada y malentendida de la 'celebración de cara al pueblo', de hecho, se han quitado como norma general – incluso en la basílica de San Pedro en Roma – las Cruces del centro de los altares, para no obstaculizar la vista entre el celebrante y el pueblo. Pero la Cruz sobre el altar no es impedimento a la visión, sino más bien un punto de referencia común. Es una 'iconostasis' que permanece abierta, que no impide el recíproco ponerse en comunión, sino que hace de mediadora y que sin embargo significa para todos esa imagen que concentra y unifica nuestras miradas. Osaría incluso proponer la tesis de que la Cruz sobre el altar no es obstáculo, sino condición preliminar para la celebración versus populum. Con ello volvería a estar nuevamente clara también la distinción entre la liturgia de la Palabra y la plegaria eucarística. Mientras en la primera se trata de anuncio y por tanto de una inmediata relación recíproca, en la segunda se trata de adoración comunitaria en la que todos nosotros seguimos estando bajo la invitación: ¡Conversi ad Dominum – dirijámonos al Señor; convirtámonos al Señor!” (Teología de la Liturgia, p. 536).


OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO PONTÍFICE - www.vatican.va

sábado, 14 de junio de 2014

Iglesia y pecado




Se le preguntó a Mons. Fulton Sheen, el conocidísimo obispo de la televisión norteamericana: ¨¿Cuál nos diría usted que es el peor mal que padecemos hoy?¨. Y él contestó: ¨ Lo peor del mundo no es el pecado; es la negación del pecado por la conciencia torcida¨. Coincidía con el Papa Pío XII, quien había dicho a Norteamérica en un mensaje radial estas palabras tan conocidas y tan repetidas: ¨El mundo ha perdido la noción del pecado¨.

Nosotros podemos ver que perder la noción del pecado es cosa muy grave, pero es mucho peor el negarlo positivamente llevados por una conciencia torcida.

Hoy nos hemos ido de un extremo a otro en un asunto tan grave como es el de la culpa ante Dios. Antes, se hablaba demasiado en el sentido de que toda la vida cristiana se reducía a tener miedo al pecado y a sus castigos. Ahora, nos hemos ido al extremo contrario: no se habla nunca de ello, y muchos viven tan felices como si no hubiera Legislador que dicta normas, que pide cuentas y que sanciona los desvíos. hacen temblar las palabras del filósofo Nietzsche cuando dice: ¨ Hay que acabar con la conciencia de pecado y de castigo, que son la plaga mayor del mundo¨. Cuando ya no haya conciencia del mal, habrá remordimiento, y, con el remordimiento, estará también, como una gracia grande, la vuelta a Dios.


Pbro. Dr. Jorge A. Gandur
publicado en "Cristo Hoy", año 2010

viernes, 16 de mayo de 2014

Un curioso pedido al Papa Pablo VI




Poca gente conoce la historia del primer pedido a favor de la subsistencia del Rito Tridentino cuándo se anunció en Novus Ordo Missae. Un grupo de intelectuales ingleses, luego apoyado por europeos y americanos se dirigieron al Papa Pablo VI para rogarle que no dejara perecer el rito multisecular de la Iglesia. Lo hicieron en nombre de la cultura, a través del entonces Cardenal Primado de Inglaterra, quién accedió gustosamente a presentar el pedido. Cuando el papa Montini leyó las firmas se detuvo sobre una de ellas: “Ah, Agatha Christie”, dicen que expresó al leer su nombre. Inmediatamente autorizó el permiso. Sin embargo, el entonces Prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Mons. Bugnini, encargado de comunicar la respuesta Pontificia, anexó a ésta una nota personal sugiriendo que dicho permiso se mantuviera en la mayor reserva.


El texto de la carta de pedido es el siguiente:


“Si algún decreto insensato llegase a ordenar la destrucción total o parcial de las basílicas o las catedrales, obviamente serían las personas beneficiadas por la cultura -cualesquiera fuesen sus creencias personales-, quienes se alzarían horrorizadas en oposición a una posibilidad tal. Ahora el hecho es que las basílicas y catedrales fueron construidas para celebrar un rito que, hasta hace unos meses, constituía una tradición viva. Nos estamos refiriendo a la Misa Romana Tradicional. Aún así, de acuerdo a las últimas informaciones provenientes de Roma, existe un plan para hacer desaparecer dicha Misa hacia fines del año en curso. Uno de los axiomas de la publicidad contemporánea, tanto religiosa como secular, es que el hombre moderno en general, y los intelectuales en particular, se han vuelto intolerantes a toda forma de tradición y están ansiosos por suprimirlas y poner alguna otra cosa en su lugar. Pero, como muchas otras afirmaciones de nuestras máquinas publicitarias, este axioma es falso, Hoy, como en los tiempos pasados, la gente culta está a la vanguardia, allí donde es necesario el reconocimiento del valor de la tradición, y son los primeros en dar la voz de alarma cuando ella es amenazada. No estamos considerando en este momento la experiencia religiosa o espiritual de millones de individuos. El rito en cuestión, en su magnífico texto latino, ha inspirado una pléyade de logros artísticos invalorables -no solo obras místicas sino la de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas. De este modo pues, el Rito pertenece a la cultura universal, tanto como a los hombres de Iglesia y a los cristianos formales. En la civilización materialista y tecnocrática de hoy con su creciente amenaza para la mente y el espíritu en su expresión creativa original -la palabra- parece especialmente inhumano privar al hombre de formas verbales que han alcanzado su más excelsa manifestación. Los firmantes de éste pedido, que es completamente ecuménico y apolítico, proceden de cada una de las ramas de la cultura europea y de otras partes. Quieren llamar la atención de la Santa Sede sobre la apabullante responsabilidad en la que incurriría en la historia del espíritu humano si se negara a permitir la subsistencia de la Misa Tradicional, incluso aunque esta subsistencia tuviera lugar junto con otras formas litúrgicas.”


Los firmantes:

Harold Acton (escritor), Vladimir Ashkenazy (pianista), John Bayler, Sir Lennox Berkeley (compositor), Maurice Bowra (académico), Agatha Christie (escritora), Kenneth Clark (escritor e historiador), Nevill Coghill (escritor), Cyril Connolly (crítico literario y escritor), Sir Colin Davis (director sinfónico), Hugh Delargy (politico irlandés Partido Laborista), Robert Exeter, Miles Fitzalan-Howard (17º Duque de Norfolk), Constantine Fitzgibbon (historiador y novelista), William Glock (crítico musical), Magdalen Gofflin, Robert Graves (poeta y novelista), Graham Greene (escritor), Ian Greenless, Joseph Grimond (politico ingles Partido Liberal), Harman Grisewood (escritor), Colin Hardie, Rupert Hart-Davis (editor), Barbara Hepworth (escultora), Auberon Herbert (filósofo y miembro del Parlamento), John Jolliffe, David Jones, Osbert Lancaster (caricaturista), F.R. Leavis (crítico literario), Cecil Day Lewis (poeta), Compton Mackenzie (escritor nacionalista escocés), George Malcolm (director sinfónico), Sir Max Mallowan (arqueólogo y marido de Agatha Christie), Alfred Marnau, Yehudi Menuhin (violinista y director sinfónico americano), Nancy Mitford (novelista), Raymond Mortimer (escritor y crítico literario), Malcolm Muggeridge (periodista), Iris Murdoch (escritor y filósofo irlandés), John Murray, Sean O’Faolain (escritor irlandés), E.J. Oliver, Lord Oxford and Asquith, William Plomer (escritor sudafricano), Kathleen Raine (poetisa), Baron William Rees-Mogg (periodista y escritor), Sir Ralph Richardson (actor), John Ripon, Charles Russell, Rivers Scott, Joan Sutherland (soprano australiana), Philip Toynbee (escritor y periodista), Martin Turnell, Bernard Wall, Sir Patrick Wall (militar y miembro del Parlamento), Edward Ingram Watkin (escritor y político pacifista), R.C. Zaehner (académico), Jorge Luis Borges (escritor argentino), Giorgio De Chirico (pintor pre-surrealista griego), Elena Croce, Wystan Hugh Auden (poeta anglo-americano), Bresson Dreyer, Augusto Del Noce, Julien Green (escritor americano), Jacques Maritain (filósofo francés), Eugenio Montale (poeta italiano), Cristina Campo, François Mauriac (Premio Nobel de Literatura), Salvatore Cuasimodo (escritor italiano), Evelyn Waugh (escritor), Maria Zambrano (ensayista y filósofa española), Elémire Zolla, Gabriel Marcel (filósofo francés), Salvador De Madariaga (diplomático e historiador español), Gianfranco Contini (crítico literario y filólogo italiano), Giacomo Devoto (lingüista italiano), Giovanni Macchia (crítico literario), Massimo Pallottino (arqueólogo italiano), Ettore Paratore (latinista italiano), Giorgio Basan (escritor italiano), Mario Luzi (senador italiano), Guido Piovene (escritor y periodista italiano), Andrés Segovia (músico español).

domingo, 4 de mayo de 2014

Motu Proprio y la Pacificación de la Iglesia



Cuando, habiendo cumplido ya 70 años, Joseph Ratzinger decidió publicar sus memorias, pensaba probablemente que la parte más interesante de su vida había ya pasado. No imaginaba el entonces cardenal que -por el contrario- ésta estaba aún por comenzar.

En el capítulo XII de estas memorias tituladas "Mi vida"… confiesa, hablando de la época de la reforma litúrgica: "yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo porque jamás había ocurrido una cosa semejante en la historia de la liturgia… La imposición de la prohibición de este Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentarios de la Iglesia antigua comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas".

Ya en 1976, siendo aún simple sacerdote, había escrito respondiendo a un ilustre colega -importante catedrático de Derecho Romano que le había pedido su parecer- : "según mi opinión, se debería obtener la autorización, para todos los sacerdotes, de poder utilizar también en el futuro, el antiguo Misal; para cuyo uso debería permitirse "la más vasta libertad". En este mismo sentido se pronunció otras veces en los años subsiguientes.

La idea que lo ha conducido a sostener esta posición es que un Rito que fue camino seguro de santidad durante siglos no puede convertirse repentinamente en una amenaza, si la fe que en él se expresa sigue siendo considerada válida.

Y esto es así porque la legitimidad de la liturgia de la Iglesia reside en la continuidad de su tradición. No se trata aquí de una cuestión de mero apego afectivo o de "sensibilidad" ; es así en razón de la unidad, identidad y comunión de la Iglesia… más allá del tiempo. Podríamos aplicar aquí la bella expresión de Martin Mosebach, el escritor alemán del momento: "La tradición es la inclusión de los muertos en la vida presente" o, en palabras de Chesterton: "la tradición es la democracia de los muertos” es decir, una forma de “democracia” en la cual también los muertos pueden participar.

Es en esta misma perspectiva que el Motu Proprio Summorum Pontificum nos muestra que la liturgia de la Iglesia debe tener una continuidad intrínseca, pues lo que antes Ella creía que era la Misa no puede no creerlo ahora. Por eso, para ser legítimos ambos Misales, deben ser ambos "expresiones validas de la misma fe católica" y de ningún modo podrían presentarse como reflejo de visiones opuestas -y menos aún inconciliables- acerca de la acción litúrgica. Quien confíe en la rectitud doctrinal y el valor litúrgico del Misal utilizado ordinariamente, no debería temer su coexistencia con el uso recibido a través de los siglos, al contrario, debería confiar en que esta coexistencia pondrá de relieve una identidad doctrinal. Es precisamente esta defensa de la continuidad la que nos permite comprender que el Papa insista en que la duplicidad de Misales se debe explicar como “dos expresiones de la Lex orandi” que no pueden sino corresponder a una única “Lex Credendi”, dentro del marco disciplinar del rito romano ; procurando así evitar que se produzca el fenómeno inaudito de la existencia de dos “ritos” de la Misa fundados en principios distintos.

Pero la legitimidad de un rito litúrgico no sólo está dada por su identificación con los principios que rigieron la liturgia en el pasado sino también con los que rigen los demás ritos que existen actualmente (de los cuales algunos son, por otra parte, utilizados también por otras denominaciones cristianas de larga tradición). Es necesario, por lo tanto, que en la liturgia de la Iglesia haya además de una unidad "diacrónica", una unidad "sincrónica". De ahí un nuevo argumento para afirmar la permanente validez del Rito Romano tradicional y la necesidad de que la forma celebrada ordinariamente no difiera esencialmente de él: si la actual liturgia no pudiera identificarse substancialmente con las otras formas litúrgicas de la Iglesia tal como son celebradas en las demás tradiciones legítimas -pasadas o contemporáneas- perdería asimismo la legitimidad de su fundamento. Visto desde esta perspectiva y haciendo un análisis mas fino podríamos decir que el Motu Proprio es paradójicamente más una defensa del nuevo rito que del antiguo.

Una tercera dinmensión, el futuro, entra también en juego. Para ser breves me limito a recordar el dicho de la tribu Massai: “Nosotros no heredamos la Tierra de nuestros padres, sino que la pedimos prestada a nuestros hijos”.

Se insiste en que el motivo que llevó al Papa a publicar este Motu Proprio fue la existencia del conflicto -que lleva ya décadas- con los grupos llamados "tradicionalistas". Éste es sin duda un elemento que tiene gran importancia y que fue ocasión de la publicación del documento; pero si analizamos detenidamente el pensamiento de Joseph Ratzinger la justificación más profunda del Motu Proprio no se halla en el factor "político" sino en el teológico: aunque no existiera ningún "tradicionalista" habría, con todo, una situación anómala que requeriría un restablecimiento del orden.

Siempre ha habido y siempre habrá personas que se adaptan difícilmente a los cambios, sobre todo en estos tiempos de mutaciones aceleradas. Lo paradójico de la situación actual es que muchas veces quienes muestran inquietud ante lo que consideran una amenaza para la "reforma litúrgica" hacen ahora de "conservadores": aferrándose estrechamente al "statu quo" y manifestando su dificultad de adaptarse a la novedad de este redescubrimiento propuesto por el Papa reproducen las actitudes que se solían asociar habitualmente a los "tradicionalistas". Por otra parte, hasta ahora las personas que adherían a la llamada "Misa en latín" eran identificadas como la gente del "contra", pero está ocurriendo que los que -siguiendo el llamado de Benedicto XVI- se acercan a la liturgia heredada de nuestros mayores, son, cada vez con mayor frecuencia, gentes del "por" y los del "contra" son los que no quieren ni oír hablar de todo esto aferrándose a su "tradición" de cuarenta años.

Mas aún, con creciente frecuencia, quienes actualmente acogen con entusiasmo las "innovadoras" enseñanzas y disposiciones del Papa -disposiciones que expresan una renovada valoración de la tradición litúrgica- no sólo no obedecen a aquella mentalidad negativa, sino que, por el contrario, manifiestan la alegría del descubrimiento de algo nuevo: el redescubrimiento de la herencia, el reencontrase con sus raíces, en resumen: el tomar conciencia de pertenecer a una familia. Obviamente no a lo que se entiende en nuestra sociedad actual por "familia": mera asociación de individuos que comparten un período determinado de sus vidas con sólo el débil vínculo de un pacto fácilmente revocable, sin un pasado que los una y con un futuro impredecible; sino a una verdadera y profunda comunión de vida, con antepasados comunes, con una memoria común que los enorgullece: una familia que está formada no sólo por hermanos sino que tiene también padres y ancestros.

En resumen: El Papa Benedicto XVI con la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum ha buscado, esto es claro, la pacificación de la Iglesia. Pero no se trata en el fondo únicamente de la paz con grupos más o menos rebeldes, ni la pacificación entre corrientes opuestas que crean tensión en el seno de la institución, sino la pacificación de la Iglesia consigo misma, con su memoria común, para que redescubra su identidad litúrgica en la riqueza de la continuidad.


Padre Gabriel Diaz Patri

sábado, 26 de abril de 2014

domingo, 20 de abril de 2014

Francisco y Benedicto





FUENTE: XL SEMANAL – FINANZAS.COM

20/04/2014 – 00:00 Peter Seewald – XL Semanal

Por primera vez en la historia, una misma persona atiende a dos papas. El hombre de confianza de Benedicto XVI es ahora también el Prefecto de la Casa Pontificia del Papa Francisco. Charlamos con él, la persona que mejor conoce las entrañas del Vaticano.

El camino que ha recorrido este hombre ha sido largo. Hijo de un herrero, nació hace 58 años en un pueblecito alemán de 450 habitantes, en la Selva Negra. Hoy es arzobispo y prefecto de la Casa Pontificia en el Vaticano.

Georg Gänswein recibió pronto la llamada de la vocación. Tomó la decisión de hacerse sacerdote con solo 18 años y quienes lo conocen hablan con admiración de su mente afilada. En la actualidad, este arzobispo es al mismo tiempo secretario privado del Sumo Sacerdote Francisco y del Papa emérito, Benedicto XVI. Lleva la agenda de ambos y filtra de entre el alud de cartas, llamadas y peticiones de audiencia aquellas que serán contestadas y admitidas. El camino que conduce a cualquiera de los dos Papas siempre pasa por él.



XLSemanal. Su nuevo jefe no vive en el apartamento pontificio, lleva zapatos normales y conduce coches baratos. ¿Hay un revolucionario antisistema sentado en el trono de Pedro?

Georg Gänswein. No. Los que estamos en contacto constante con el Papa Francisco hemos aprendido a diferenciar entre la imagen externa y su personalidad real. Su impronta jesuita ya de por sí va en contra de lo de ‘revolucionario’ y del concepto ‘anti’. En cuanto a los zapatos, no deja de ser una cuestión estética. Además, sería un esfuerzo vano tratar de convencerlo de que, tanto desde una perspectiva visual como de la tradición, probablemente lo más correcto sería amoldarse a la línea de su predecesor.

XL. Si hay algo que Francisco no ha permitido, es que nadie le diga lo que tiene que hacer.

G.G. La verdad es que yo nunca le he impuesto nada al Papa. ¡Ni sé cómo podría hacerlo! El paso del anterior pontificado al actual fue todo un desafío. Pero ahora me entiendo tan bien con el Sumo Pontífice como con el emérito.

XL. Sin embargo, da la sensación de que muchas de las cosas que eran habituales con Benedicto faltan ahora en Francisco: la precisión en la palabra, la riqueza de la tradición…

G.G. Ambas personalidades son totalmente diferentes. El Papa Francisco es un hombre de gestos y hace cosas que no se esperan de un pontífice. A Benedicto se le escuchaba, y así era como su palabra llegaba. Con Francisco, la gente primero quiere ver cómo se desenvuelve, cómo afronta su tarea. Es un hombre que entiende que hay que dirigirse a la persona en su conjunto, no solo al intelecto. Si el entusiasmo que el nuevo Papa ha despertado se mantiene, es algo que se verá con el tiempo.

XL. Usted tuvo elección. Pudo decidir si quería o no servir a los dos papas.

G.G. Yo no busqué este doble trabajo, vino a mí. Ahora asumo ambas realidades e intento armonizarlas.


XL. Durante el día es prefecto con el Papa en activo; por la noche, secretario privado del Papa emérito y vive con él en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines del Vaticano.

G.G. En la misma casa viven también las monjas de Memores Domini, que ya lo asistían durante su pontificado. Es una convivencia familiar, igual que antes, pero sin la presión de la responsabilidad. Y eso se nota, por supuesto. Benedicto se ha vuelto aún más tranquilo, más bondadoso. Ya no se siente oprimido por la carga del pontificado. Naturalmente, el paso de los años también se nota. El Papa emérito es un anciano, pero mantiene una mente lúcida y el mismo sentido del humor de siempre.

XL. Han circulado todo tipo de versiones sobre los motivos de su renuncia. Algunos afirman que fue el escándalo del Vatileaks lo que lo llevó a ello. Antes que nada, ¿cómo recuerda usted aquel 11 de febrero de 2013?

G.G. Fue un día como los demás. Empezó con la misa, luego siguió el breviario y a continuación el desayuno. Nunca tuve la impresión de que el Papa estuviera nervioso. Cuando más tarde lo ayudé con los ropajes litúrgicos que llevaría para el consistorio la muceta, el roquete, la cruz pectoral y la estola, ya le noté cierta inquietud. Luego se dirigió a la sala donde estaban reunidos todos los cardenales.






XL. Por cierto, se dice que muchos cardenales, al principio, no se enteraron porque no entendían bien el latín.
G.G. No fue exactamente así. El consistorio se había convocado para anunciar varias canonizaciones. Las sillas de los 70 cardenales estaban dispuestas en forma de herradura delante del Papa. El desconcierto comenzó cuando empezó a hablar en latín: «Estimados señores cardenales, no les he convocado únicamente para hacerles partícipes de la canonización, sino que tengo otra cuestión importante que comunicarles». Todos estaban agitados. «¿Qué sucede?», se decían. Cuando Benedicto continuó leyendo la declaración, que él mismo había redactado, algunos se quedaron petrificados. Se miraban y se preguntaban: «¿Lo habré entendido bien?».

XL. Según creo, la decisión de retirarse ya la había tomado en agosto de 2012. Su médico personal afirmó que no podría resistir otro vuelo transatlántico. Y el Papa tenía en ciernes la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río. En una de las entrevistas que mantuve con él, el propio Santo Padre me dijo que aquello le había hecho ver que tenía que retirarse a tiempo «para que el nuevo Papa pueda tener una etapa de rodaje antes de ir a Río». ¿Intentó usted hacerle cambiar de opinión?

G.G. El Sumo Pontífice me contó su decisión en la forma en la que usted lo ha descrito. Mi primera reacción fue: «¡No, Santidad, no puede hacer eso!». Pero aquellas fueron palabras dichas desde el afecto. Enseguida, me di cuenta de que no me lo había contado para que lo ayudase a tomar la decisión, sino que me estaba comunicando una resolución que ya había adoptado en firme.

XL. Usted fue una de las cuatro personas que conocían el secreto.

G.G. Cuando el Papa me desveló lo que tenía pensado hacer, me obligó a mantenerlo bajo el compromiso de silencio. Se podrá imaginar que no me fue nada fácil, hubo situaciones en las que aquello casi me desgarraba por dentro.

XL. Benedicto XVI aseguró que su decisión no tuvo nada que ver con Vatileaks. El Papa explicó que su retirada se debía a la disminución de sus fuerzas. ¿Vio en el sufrimiento de Juan Pablo II un mensaje personal del anterior Papa, algo a lo que en cierto sentido él no estaba obligado?
G.G. Creo que lo ha interpretado usted de la forma correcta. El pontificado de Juan Pablo II duró 27 años. El de Benedicto XVI, apenas ocho, es decir, menos que el tiempo que se prolongó el padecimiento de Juan Pablo II. Llegó a la conclusión de que continuar en el cargo hasta terminar como lo hizo su predecesor, o imitarlo de alguna manera, no era lo que le correspondía a él.

XL. ¿Cómo fue el 28 de febrero de hace un año, cuando salió del Vaticano en helicóptero con dirección a Castel Gandolfo?

G.G. El día se fue haciendo más triste de hora en hora. Sobre todo, cuando dejamos el apartamento pontificio. Primero bajamos en ascensor al patio de San Dámaso, donde se habían reunido espontáneamente muchos de los empleados, algo que nosotros no sabíamos. Luego seguimos en coche hasta el helipuerto. Reinaba un silencio elocuente mientras sobrevolábamos la ciudad. Se me hizo muy penoso. Sentí un dolor intenso. Y la expresión natural del dolor son las lágrimas.

XL. El primer acto del sucesor de Benedicto fue llamar por teléfono a su predecesor, aunque no consiguió hablar con él.
G.G. Ocurrió de la siguiente forma: el sustituto y el secretario de la Segunda Sección de la Secretaría de Estado, así como el prefecto de la Casa Papal, en este caso yo, tienen el derecho y la obligación de prestarle al Pontífice juramento de obediencia inmediatamente después de su elección. Así que aguardé mi turno y me dirigí hacia Francisco, que me saludó y me dijo: «Me gustaría llamar al Papa Benedicto. ¿Cómo puedo hacerlo?». «Muy fácil le contesté, tengo el número. ¿Cuándo?». «Enseguida». Y así lo hicimos, pero nadie contestó en Castel Gandolfo. «¡No puede ser!», me dije. Llamé a uno de nuestros guardias destacado allí y le pedí que, por favor, se acercara a ver qué pasaba. Pero tampoco respondió nadie cuando llamó a la puerta. Al segundo intento sí lo conseguimos. El motivo fue que el Papa Benedicto, su segundo secretario y las memores estaban viendo la televisión y no oyeron nada.

XL. Benedicto pensaba que su sucesor sería otro. «Cuando escuché el nombre me contó, al principio no estuve muy convencido. Pero cuando vi cómo hablaba con Dios y cómo con los hombres, me sentí feliz». ¿Cómo lo vivió usted?

G.G. Cuando escuché, y luego vi con mis propios ojos, sobre quién había recaído la elección, mi primer pensamiento fue: «¡Qué sorpresa!». Y lo fue en muchos sentidos. Un hombre que no era de Europa, no estaba entre los favoritos… A todo esto se sumaba que pertenecía a una orden religiosa: ¡un jesuita!, ¡y, además, el primero! ¡Era para estar sorprendido!





XL. ¿El Papa Francisco trae una forma distinta de religiosidad?
G.G. Francisco trae consigo una musicalidad religiosa que nosotros, en Europa, tenemos que recuperar, que volver a aprender. Y eso es algo que solo puede hacernos bien. La alegría religiosa que allí se percibe es un gran regalo para nosotros en Europa.

XL. ¿Habla usted con el ‘viejo Papa’ sobre su sucesor?
G.G. Cuando vives con alguien, conversas de todo; eso está claro. Yo expreso mi opinión abiertamente y sin reparos, y Benedicto contesta con la misma franqueza.

XL. Parece que el Papa nuevo y el viejo se entienden bien. Benedicto me aseguró en una entrevista que no tenía ningún problema con el estilo de Francisco: «Al contrario, me parece bien», me dijo. Esto sorprenderá a bastantes personas.

G.G. A mí también.

XL. En muchos aspectos, el Papa Francisco no dice nada diferente de lo que dijo Benedicto. Sin embargo, se los presenta como si tuviesen personalidades opuestas.

G.G. En mi opinión, eso es algo simplista. No hay que pasar por alto que el Papa Benedicto tuvo que afrontar graves problemas y que no lo hizo pensando en cómo se recibiría fuera, sino pensando en la verdad, en hacer lo correcto. Estoy convencido de que, en caso del Sumo Pontífice Francisco, tampoco será de otra manera, lo único es que todavía no ha tenido ocasión de dar prueba de ello. En cualquier caso, no los veo como opuestos, sino como complementarios.

XL. ¿No le parece que muchas veces lo que se hace es simplemente hablar bien de Francisco, como si se quisiera edulcorar su imagen, una especie de hagamos un papa como el que nos gustaría tener?
G.G. El rasgo principal que, a día de hoy, caracteriza la percepción pública de la figura del Papa Francisco es la admiración, incluso diría que el entusiasmo. Pero ¿todo lo que él dice se percibe también así? Mi impresión es más bien que a sus palabras se les atribuyen todo tipo de interpretaciones. Todos creen que pueden reclamarlo para sí. Evidentemente, llegará el día en el que se acabará separando el grano de la paja.

XL. Benedicto XVI nombró a un protestante presidente del Consejo Científico papal. Bajo su pontificado, un profesor musulmán enseñó el Corán en la Universidad Gregoriana. También comió lasaña con los sintecho y visitó a jóvenes en prisión. Expulsó a cerca de 400 sacerdotes por estar relacionados con abusos sexuales. Pero todo esto apenas ha llegado a la opinión pública. ¿Se negó Benedicto a hacerlo porque se opone a toda forma de efectismo o es que simplemente se le ha ‘vendido’ mal?

G.G. Benedicto es un hombre contrario al culto a la persona. Nunca le ha dado ningún valor a saber venderse. El hecho de que el trabajo de prensa no siempre fuera el óptimo es algo de lo que extraer enseñanzas para hacerlo mejor en el futuro. La opinión pública percibe lo que le transmiten los medios de comunicación. Que eso se ajuste a la realidad apenas juega papel alguno.

XL. ¿El camauro, ese gorro rojo con el ribete de armiño blanco, fue un error?
G.G. No fue idea mía, y tampoco me entusiasmó. Simplemente se buscó un gorro para que el Papa pudiera llevarlo en invierno. Y aquel día se lo puso porque durante la audiencia general hacía mucho frío y el viento soplaba con fuerza en la plaza de San Pedro. Pero eso bastó para reproducir la imagen una y otra vez y para decir: «Mirad, es un papa que quiere llevarnos al pasado, a la Edad Media». Un absurdo.


XL. Hablemos de la última polémica: el cuestionario que el Vaticano ha elaborado sobre la aceptación de la doctrina moral católica…

G.G. La idea de la encuesta surgió con la vista puesta en el sínodo que tendrá lugar en Roma en octubre. La Secretaría del sínodo ha enviado un cuestionario a los obispados de todo el mundo como preparación para este importante encuentro con la intención de sondear cómo está el panorama en lo que son ‘las verdaderas bases’.

XL. ¿Es que no se sabe?
G.G. Yo creo que sí, pero no hay nada malo en tomar una fotografía de la situación actual como preparación para el Sínodo de la Familia. De esa forma se consigue un punto de partida sólido, realista, sobre el que empezar a trabajar en octubre. Una encuesta no es ni mucho menos un instrumento para imponer determinadas concepciones.

XL. ¿Se encontrará Francisco con un problema?

G.G. Si su pregunta se refiere concretamente al sínodo, entonces sí, es posible. El Papa Francisco se está viendo expuesto a una presión enorme debido a las expectativas que ha despertado. Desgraciadamente, a esto han contribuido algunas indiscreciones. Si no se satisfacen esas expectativas, la situación podría cambiar rápidamente.



XL. Volviendo a Benedicto XVI: ningún otro pontífice moderno ha cambiado el papado tanto como él. Lo inauguró recuperando la tiara del escudo papal y lo cerró con su renuncia, la primera dimisión en la historia de un papa que estuviera en auténtico ejercicio de su dignidad. En el momento final, el filósofo de Dios se ha dirigido allí donde el intelecto solo no basta: se ha vuelto a la oración, a la meditación. ¿Esto también constituye un mensaje?

G.G. Sí, un mensaje muy fuerte y muy claro. La Iglesia no solo se gobierna mediante decisiones, también mediante la oración. En la última etapa de su vida como «peregrino terrenal» así es como el propio Benedicto se definió en su discurso de despedida en Castel Gandolfo quiere acompañar y apoyar a la Iglesia y a su sucesor desde la oración.



Francisco

“Su actitud no es una estrategia. Es así: directo y sencillo”

“Es un hombre muy directo, muy sencillo y muy auténtico tanto ante las multitudes como en las audiencias privadas. No es una forma de ganar puntos, no es una estrategia. El Papa es tal y como se muestra. Francisco no está cambiando la esencia del papado. Sí ciertos aspectos concretos relacionados con el día a día. Hay que darle al Papa margen de maniobra, la libertad de hacer las cosas de una forma diferente a sus predecesores. Además, a mí no me supone ningún problema que el Papa Francisco lleve él mismo su maletín o que haga esto o aquello de una forma distinta”.

Benedicto XVI

“La verdadera revolución fue su renuncia”

“El Papa emérito es un hombre tímido. Se ha hablado mucho de revolución en el Vaticano tras el último cónclave, es decir, con el comienzo del nuevo pontificado. Pero lo verdaderamente revolucionario fue la decisión de Benedicto de renunciar como sucesor de Pedro. Eso fue lo decisivo. Y solo ahora estamos viendo la enorme relevancia que tuvo. Ha habido 267 papas y ninguno de ellos ha sido exactamente igual que su antecesor. Hay que valorar a los distintos papas como sucesores de Pedro, y no medirlos por comparación con otros sumos pontífices”.

Mi vida antes del Vaticano
“Mi padre administraba una herrería que pertenecía a la familia desde generaciones. Mi madre era ama de casa. Quizá entre los 15 y los 18 años fuera un joven rebelde. Escuchaba a Cat Stevens, Pink Floyd y otros artistas famosos de aquella época. Llevaba una melena bastante larga. A mi padre no le gustaba, así que de vez en cuando discutíamos. Para pagarme mis estudios trabajé como cartero. Nunca tuve una relación estable. Sí pequeñas y románticas amistades juveniles. Al principio quería ser corredor de Bolsa. Pensaba que podía hacer dinero muy rápido. Luego pensé: ‘¿Y después?’. Así empecé a buscar… Así llegué a la Filosofía y a la Teología y fui avanzandohacia el sacerdocio paso a paso”.

Los dos Papas hablan por teléfono y se escriben
“Puedo contar una historia muy bonita, comenta el arzobispo el canal alemán ZDF. Francisco concedió una entrevista a una revista jesuita y, cuando recibió el primer ejemplar de la publicación, me la entregó y me dijo que se la llevara a Benedicto XVI, que le pidiese que anotara todas las críticas que se le ocurrieran y que luego me la devolviera. Tres días después, Benedicto me dijo que tenía cuatro páginas y me pidió que se la llevara, por favor, a Francisco; sí, el Papa emérito había hecho sus deberes… Había leído la entrevista y le transmitía a su sucesor algunas reflexiones. Naturalmente, no voy a decir cuáles. La comunicación entre ellos se da de muchas formas; por escrito, pero también por teléfono. Hace poco, para el cumpleaños del Papa Francisco, que es el 17 de diciembre, quería invitar a comer a Benedicto XVI en Santa Marta, pero estaba llena de gente y pareció mejor dejarlo para después de Navidad, que sería más discreto. Para muchos, ver dos papas comiendo juntos sería demasiado…”.

“Ser Papa después de Juan Pablo II”
“Se ha especulado mucho sobre si Juan Pablo II quería que el Cardenal Ratzinger fuese su sucesor apunta el arzobispo. Yo no lo sé. Juan Pablo II es una de las personas más apreciadas, si no la que más, por Benedicto XVI». Para algunos, Benedicto tuvo mala suerte al ser elegido Papa tras una figura del calibre de Juan Pablo II. Sobre eso, Gänswein afirma: «El Espíritu Santo manda al Papa en el momento justo, y esto vale para Juan Pablo, para Benedicto y para Francisco. Después del larguísimo pontificado de Juan Pablo II, vivido en plena fuerza durante los primeros veinte años, y tras los años de sufrimiento (público, visible y perceptible), se convirtió en Papa una persona que vivió durante 23 años al lado de Juan Pablo como ningún otro cardenal. No creo que Benedicto haya sido desafortunado. Habría sido difícil para quien hubiera sido elegido”.

viernes, 11 de abril de 2014

Las propiedades de la Santa Misa - San Vicente Ferrer




Las gracias qué alcanza la persona que oye misa devotamente son estas:

Primera: Quien celebra la misa ora especialmente por quien la oye.

Segunda: Oyendo la misa se goza de maravillosa compañía, porque en la misa está Jesucristo, tan grande como en el árbol de la cruz, y por concomitancia está también la divinidad, la Trinidad santa. Además, está en compañía de los ángeles santos. Y, según escribe un doctor, en el lugar en donde se celebra el santo sacrificio de la misa hay muchos santos) y santas, especialmente por aquello: Son vírgenes que siguen al Cordero doquiera que va (Apoc., 14, 4.).

Tercera gracia que alcanza la persona que oye devotamente la misa: Que le ayuda en los trabajos y negocios. Se lee de un caballero, que tenía costumbre de oír misa sumido en gran devoción, que cierta vez salió del mar con sus compañeros y estaba preparándose en una capilla para oír misa. Los compañeros le anunciaron que la nave iba a darse a la vela y que se diese prisa. El caballero contestó que primero quería oír misa. Por lo cual le dejaron en tierra v partió la nave) Después de haber oído la misa, el caballero se durmió, y cuando despertó se halló en su propia tierra. Después de muchos días llegaron los de la nave, y se maravillaron al verlo.

Y de otros casos se leen cosáis maravillosas. Además, la persona que oye misa disgusta mucho al diablo; pues interroga­do cierta vez qué era lo que más le desagradaba contestó que tres cosas: los sermones, es decir, la palabra de Dios, la misa y la penitencia.

Cuarta gracia que alcanza la persona que oye misa devota­mente: Que será iluminada en las cosas que ha de discernir y determinar por su inteligencia. Se dice de San Buenaventura, de la Orden de frailes menores, que ayudaba las misas frecuentemente y con harta devoción. Y un día, sirviendo la misa, Santo Tomás de Aquino vio una lengua de fuego sobre la ca­beza del dicho fray Buenaventura, el cual, de entonces en ade­lante tuvo ciencia infusa.

Quinta gracia: Que la persona que oye misa devota y benignamente, no morirá ese día de desgracia ni sin confesión. Sexta gracia: Que en su muerte estarán presentes tantos santos cuántas misas haya oído devotamente. Dice San Jeróni­mo que a las almas por las que está obligado a orar el que oye la misa -su padre, su madre, sus parientes y bienhechores-, durante el espacio de tiempo en que oye la misa, les serán atenuadas las penas del purgatorio. Dice San Ambrosio que des­pués que la persona haya oído la misa, todo lo que coma en aquel día hará más provecho a su naturaleza que si no hubiese oído la misa. Si la mujer en estado oye la misa, dará a luz sin gran trabajo, si lo hiciere en aquel día.

San Agustín escribe en el libro De civitate Dei que a la persona que oye misa devotamente nuestro Señor le dará en ese día las cosas necesarias. La segunda gracia que tendrá es que sus palabras vanas le serán perdonadas. Tercera, que aquel día no perderá ningún pleito. Cuarta, que mientras oye la misa no envejece ni se debilita su cuerpo. Quinta, que si muere en ese día la misa le valdrá tanto como si hubiese comulgado. Sexta, que los pasos que da yendo y viniendo a la misa, son contados por los santos ángeles y remunerados por Dios nuestro Señor. Además, más vale una misa que se oye en vida devotamente, que si después de la muerte oyera otro mil. Se lee que oír misa con devoción aprovecha para remisión de los pecados y crecimiento de gracia más que otras oraciones que el hombre pueda decir o hacer, pues toda la misa es oración de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, infinitamente dulce y piadoso, que es cabeza nuestra y todos los fieles sus miembros. Dice San Gre­gorio que mientras se celebra la misa se perdonan los pecados de los muertos y de los vivos. Y San Crisóstomo escribe que vale tanto la celebración de la misa como la muerte de Jesu­cristo, por la que nos redimió de todos nuestros, pecados. Finalmente, la salvación de la humanidad está cifrada en la celebra­ción del santo sacrificio de la misa, porque todo el esfuerzo del malvado anticristo se orientará a quitar de la santa Madre Iglesia este santo misterio, en el que se maneja el precioso cuerpo de Jesucristo, en memoria de su santa pasión, por medio de la cual los fieles cristianos de buena vida, aunque sean igno­rantes y sin ciencia, podrán ver las astucias y malicias del mal vado anticristo y de sus seguidores.

miércoles, 9 de abril de 2014

La comunión de rodillas - Mons. Héctor Aguer



El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, recordó que “en la Arquidiócesis se puede recibir la sagrada Comunión de pie o de rodillas, en la boca o en la mano”. Y sugirió, además “que para facilitar el gesto de quienes deseen comulgar de rodillas se ubique un reclinatorio en el lugar donde se distribuye la Eucaristía”.


En el decreto Nº 047/014, el prelado sostuvo que “han llegado a esta sede numerosas consultas de fieles a quienes, según sus declaraciones, se les ha impedido recibir la Sagrada Comunión de rodillas”. Y en sus considerandos destacó que “en diversos documentos de la Santa Sede se insiste en la necesaria libertad de los fieles respecto de la postura y la forma de recibir el Cuerpo del Señor, actitudes que siempre deben expresar la fe del cristiano, su respeto al Sacramento y su devoción eucarística. Y que la Instrucción “Redemptionis Sacramentum”, del 25 de Marzo de 2004, expresa que es lícito recibir la Sagrada Comunión arrodillado o de pie, en la boca o en la mano”.

Fomentar el amor a Cristo

Añadió en el documento que “la finalidad de estas disposiciones es, en el respeto de la libertad de los fieles, fomentar el amor a Cristo, presente en el Santísimo Sacramento, y el fruto de su recepción en todos los que se acercan a la mesa eucarística”. Por ello, concluyó, “encomiendo a los presbíteros de la Arquidiócesis la explicación a los fieles de nuestras parroquias y capillas de las disposiciones de este documento, en una oportuna catequesis y el correcto cumplimiento de las mismas”.



Fuente: Arzobispado de La Plata

sábado, 5 de abril de 2014

La primer misa tridentina de un sacerdote




del Padre Stephen Shield 

 Se podría decir que soy un converso reciente a la misa tridentina. Hace sólo cinco años que fui ordenado, y tuve poco contacto con ella hasta después de mi ordenación. El obispo Brewer nos pidió que celebráramos la misa antigua en la iglesia de los Mártires Ingleses, y para decir la verdad nos sentíamos un poco reticentes porque no estábamos muy seguros de qué se trataba todo eso. 
La primera vez que celebré la Misa, o más bien una semana antes, fue una pesadilla. Todo parecía tan extraño, tan remoto de mi experiencia sobre la Misa. Las numerosas rúbricas y directivas que había que recordar parecían muy complicadas e innecesarias. ¿Se daría cuenta alguien si yo me olvidara de algo? ¿No podría yo simplificar un poco las cosas? 

Al sonar la campana y ponerse de pie la congregación la pesadilla continuó. Yo estaba bien conciente de los tremendos momentos que me esperaban. ¿Me acordaría de todo? Yo rezaba para no olvidarme que estaba diciendo Misa con mi preocupación de acordarme qué hacer y cuándo moverme, cuándo hacer la señal de la Cruz, y así por delante. 
Una vez que el birrete del sacerdote estuvo en las manos del acólito, el cáliz en el corporal y el Misal abierto, me arrodillé y así empezó. Desde ese momento las cosas se estabilizaron, la Misa comenzó, y aunque los nervios no desaparecieron ya no me dominaban. Creo que el miedo de lo anterior es a veces tan difícil de enfrentar como el miedo de lo nuevo. 
Cuando la Misa terminó (y estoy seguro que no cometí muchos errores), y la iglesia ya cerrada, me serví un gin tonic en un vaso un poco más grande que lo habitual, y vino el momento de la reflexión. Lo que se presentaba como una pesadilla finalizó como una experiencia espiritual diferente de cualquier otra cosa. Pero, ¿qué es lo que la hizo tan diferente y por qué yo me sentí tan diferente? Por encima de todo, había un poderoso sentido de la presencia de Dios. Fue un sentir la majestad del Padre, el confortamiento y el calor del Espíritu Santo, el perdón y la amable guía de Nuestro Bendito Señor en esa Misa. ¿Habrá sido por tratarse de una nueva experiencia? ¿O era algo más grande que eso? 


A propósito de esto recordé algo que una vez oí en una lectura de Teología Espiritual. El P. Jordan Aumann se refirió a la liturgia como la mayor fuente de inspiración para la vida espiritual. Volviendo a leer sus palabras me golpeó el siguiente pasaje:
“El vínculo entre la tradición y la liturgia se manifiesta en enunciados tales como ‘lex orandi est lex credendi – la ley de la oración es la ley de la Fe’. La liturgia es, entonces, una expresión de la vital continuidad y perenne unidad de la proclamación por la Iglesia de las verdades reveladas a todas las naciones a través de los siglos. En lo que respecta al Magisterio, el papa Pío XI se refirió a la liturgia como ‘El principal órgano del Magisterio de la Iglesia’” (Jordan Aumann, O.P., Spiritual Theology, Sheed & Ward, London, 1986, p. 29).

La Tradición es la transmisión el depósito de la Fe de una generación a otra bajo la enseñanza y guía de la Iglesia. Esta Tradición proclama, explica y aplica verdades reveladas al pueblo de Dios a través de los siglos. Mientras las tradiciones humanas caen frecuentemente en el error, la tradición viviente de la Iglesia es infalible con relación al contenido esencial de la Fe.

 La liturgia es la adoración pública de la Iglesia. Es la forma de piedad practicada por la Iglesia en cumplimiento de su misión de alabar y glorificar la Santa Trinidad y santificar las almas. Mediante esta adoración pública podemos expresar nuestra creencia en las verdades de nuestra Fe y mostrar a otros el misterio de Cristo y la verdadera naturaleza de su Iglesia. En otras palabras, la liturgia no es simplemente una necesidad de obligación, sino una expresión viva de lo que creemos, y de la vida que vivimos en la Santísima Trinidad. Esto es parte de la “continuidad vital” a la que se refiere el P. Aumann – la misma fe creída por todo el pueblo, en todas partes, en todos los tiempos. Ese cuerpo no debe ser dividido; de ahí la frase del P. Aumann, “unidad perenne”, la unidad de todos los creyentes manteniendo la misma Fe que ha sido preservada y transmitida de generación en generación. El Santo Padre actual (se refiere a JPII) enfatiza tradición y unidad en su Carta Apostólica Ecclesia Dei:
“Es imposible permanecer fiel a la tradición y rompiendo el lazo eclesial con aquel al cual, en la persona del Apóstol Pedro, Cristo mismo confió el ministerio de la unidad en Su Iglesia (Ecclesia Dei, párr. 4, citando Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I). 

La tradición, la liturgia y la singularidad de la Iglesia son esenciales para que comprendamos el lugar que ocupa el rito tradicional de la Misa en la Iglesia contemporánea. Ante ese evento extraordinario, mi primera Misa latina, estamos uniéndonos nosotros mismos mediante este rito tradicional en la tradición viva de la Iglesia. No es que estemos ubicándonos en una situación diferente: somos una parte viviente de esa tradición, activamente, continuamente.
Mientras tanto, los liturgistas liberales continúan mostrando una total oposición a las formas tradicionales y al sentido común. Relato aquí un pequeño hecho: un liturgista fue a ver a un amigo mío, diciéndole que necesitaba cambiar su iglesia, para “ponerla al día” y “reordenarla”. Mi amigo le contestó: “Muy bien, “¿qué debo hacer?” “Tiene que correr el altar más cerca del pueblo”. Mi amigo respondió: “si muevo el altar más cerca del pueblo no va a quedar lugar en el santuario”. A lo que el experto en liturgia contestó la respuesta que ya tenía preparada: “Muy bien, saque las seis primeras filas de bancos”. ¡Y éstos son los llamados “expertos”! 

Estos así llamados liturgistas hablan de la majestad de los ritos antiguos, de la maravilla de los bautismos tal como se celebraban en el siglo V en Siria, y así por delante; pero ante una sola mención de la Misa Tridentina y es como si se les hubiera pedido negar la existencia de Dios. Por alguna razón, ellos tienen temor de la misa antigua. Lo que ellos buscan es el cambio, y con un familiar dogmatismo liberal denuncian a todo aquel que esté en desacuerdo con sus puntos de vista. Mientras ellos condenan la Misa Tridentina y a quienes desean su celebración, perdonan sus cambios personales en las normas de la Misa (nueva) so capa de legítima experiencia litúrgica. 


Los liturgistas insisten que la liturgia debe ser inmediatamente comprensible y accesible a todo el mundo. Con este pretexto han reducido el culto de la Iglesia al más bajo común denominador. Ellos han evitado toda noción de lo sagrado, toda noción de sacrificio, reduciéndose a “¿Cómo me siento?”, o “Por dónde vas”, o “¿A dónde vamos?” Por cierto que la liturgia no se trata de eso. La liturgia existe para la glorificación de Dios y la santificación de las almas. Su objetivo no es confortarme y hacerme sentir feliz. Es a mí que me corresponde llevarme a mí mismo y ofrecerme a mí mismo con mi Salvador hacia el Padre de los cielos. Esta búsqueda del más bajo de los denominadores comunes lleva a los laicos a la convicción de que son incapaces por sí mismos de apreciar las maravillas de la liturgia tradicional. Como consecuencia de ello se han multiplicado la explicaciones, y las ceremonias han sido simplificadas hasta un punto tal que ya no significan absolutamente nada. 


Por esta razón, quedé particularmente encantado al leer el discurso del Cardenal Ratzinger a los obispos libaneses que se encontraban en Roma para un Sínodo. Hablando con ellos sobre su liturgia, basado en el documento que estaban analizando, contestó, citando ese documento:
“… muchos esperan una reforma más profunda de las oraciones, textos y libros. Ellos pidieron adaptarse mejor al lenguaje del pueblo y su mentalidad …’ Y yo me pregunto: ¿qué es la mentalidad del pueblo? ¿Estamos pensando acerca de una mentalidad superficial, creada y homogeneizada por los medios de comunicación, o estamos pensando en los simples de corazón, cuyos ojos de fe ven aquello que está escondido a los … sabios y entendidos (cf. Mt. 1, 1:25)? Siguiendo la primera línea de pensamiento, se llega rápidamente a la banalización de la liturgia. Tenemos algunos tristes ejemplos de esto en Occidente; el Oriente no debería seguir este camino equivocado” (L’Osservatore Romano, 10 de enero de 1996).


Fuertes palabras y adecuada advertencia para el Oriente; ¡recemos para sigan el buen consejo del Cardenal! Ratzinger continuó diciendo que, con gran respeto y amor, los textos los textos se pueden cambiar alguna vez , pero que es necesario que la reforma real se dé en los corazones y en una educación litúrgica renovada por la oración. Por sobre todo, agregó:
“Nuestro Señor debe preceder nuestra acción. Junto con los discípulos debemos dirigirnos al Señor diciendo: ‘¡Señor, enséñanos a orar’ … Guiados por el Señor encontraremos el camino!”

Los cambios introducidos para modernizar la Misa y hacerla más accesible y comprensible difícilmente han probado ser el éxito predicho por los expertos. La propuesta del Cardenal Ratzinger de que la única vía para alcanzar una reforma verdadera y profunda es a través de la oración es, sin duda, un paso en la buena dirección. ¡Cuán a menudo hemos oído: cambiad esto, cambiad aquello, somos una comunidad, esta será mejor para nuestra comunidad, participemos juntos! Y ahí va la cosa, con poca o ninguna alusión a Dios o a la oración. ¿Cuándo se nos pide que recemos por el bien de la Iglesia, por los obispos y los sacerdotes, por la difusión del Evangelio?
  

 Hemos oído una y otra vez argumentar que la Iglesia de los primeros tiempos tuvo tales y tales prácticas, y que en consecuencia eso debería ser lo correcto y digno de ser restaurado. Empero, la arqueología litúrgica es apenas una parte de la tradición viviente. Los reformadores litúrgicos dicen que en la época del Concilio de Trento se carecía de medios para descubrir ese maravilloso material ahora encontrado por los reformadores acerca de los bautismos del siglo quinto en Siria. Bueno, pero, ¿qué importancia tiene eso? Los liturgistas del Concilio de Trento no se reunieron para cambiar ningún rito: ellos estaban ahí para forjar una unidad a fin de enfrentar a la Reforma. Lo que ellos procuraron era que todos los católicos creyeran las mismas cosas, es decir, las mismas creencias que habían sido transmitidas de generación en generación. Ellos no pretendieron cambiar la Misa para que los hombres de todo el mundo se sintieran más confortable, más en su casa, más a sus anchas. No. Ellos estaban luchando contra un enemigo, un enemigo que estaba tratando de destruir el depósito de la fe que había sido transmitido desde los apóstoles. 

El lugar para la misa tradicional en la vida de la Iglesia Católica hoy día, según creo, es vital. Si objeto es Dios, no el hombre. No confrontación entre el sacerdote y el pueblo, y en consecuencia no hay ninguna necesidad de que el sacerdote sienta que debe mantener entretenido al cuerpo que tiene ante él. Es difícil ignorar a la gente que se está mirando directamente. Y así los sacerdotes se han sentido presionados para entretener, con sus mentes distraídos de aquella celebración para la cual se encuentran ahí. El secularismo de nuestra época ha llevado a muchos sacerdotes a creer que lo primero es el hombre. La vieja misa, en cambio, clama por lo exactamente opuesto. 

De manera que todos los temores a los que me referí al empezar –por ejemplo, la gran cantidad de rúbricas y los movimientos predeterminados– no son represivos, como pensé primero. Más bien, ellos facilitan una libertad que ha desaparecido de la misa tal como ella es ahora. Las rúbricas y la ley canónica son ambas esenciales, pues ellas son nuestra seguridad y nuestra libertad. Ellas nos dan la libertad para concentrarnos en las verdades para celebrar las cuales estallamos ahí. La ausencia de reglas no significa libertad; ella significa caos, y ahí es donde nos ha llevado el nuevo rito – a un estado de caos. La reglas litúrgicas habilitan al sacerdote y a los fieles para estar completamente libres para absorberse en el gran misterio que están celebrando. Esto es verdadera participación; esto es adoración accesible e inteligible. ¿Cómo podemos, honestamente, llamar participación al balanceo de los fieles en las naves de la iglesia y hacer olas con las manos en el aire? Un tal comportamiento puede satisfacer el ego por un momento pero nada ello habla de eternidad; todo ello confina a las almas al presente.
 

La misa antigua es intemporal, como también debería serlo la misa nueva. Todas las épocas son convocadas conjuntamente cuando el Cuerpo Místico de Cristo se reúne para celebrar la Pasión, muerte y Resurrección del Salvador, y no deberían perderse en apenas unos momentos lindando con la histeria. La Liturgia consiste en la adoración de Dios Todopoderoso y la santificación del mundo; no tiene nada que ver con ser entretenidos por un sacerdote que aparece como un comediante fuera de lugar, de segunda clase. 

Hemos tenido semanas de reuniones de expertos y exposiciones sin fin de programas misionales. Yo me levanté y declaré que el espectáculo era absurdo y extravagante. Nuestro Señor nos dio este programa: “Id y predicad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. Ése es el programa misionero de todos nosotros como cristianos y el que como tales debemos tener. Todos participamos de esta misión de nuestro bendito Señor. La Iglesia toma esta misión seriamente, pues ella existe para la santificación de las almas. Es por esta razón que la Misa termina con el “Ite, Missa est – Deo Gratias”. Así es que opera esta tradición viviente de la Iglesia; después del “Id, vosotros sois enviados”, la más acabada respuesta que podemos dar es “Deo Gratias” – demos gracias a Dios. Con ello quedamos preparados para ir al mundo y llevar con nosotros la misión de la Iglesia de enseñar a todas las naciones. Se nos ha dado la gracia de la Misa; tomemos entonces con nosotros el mensaje del Evangelio y llevémoslo a otros para que se unan en este santo misterio. ¿Pero cómo podrá atraerse a la gente si todo lo que se les ofrece es un sacerdote portando las orejas del Ratón Mickey?


Ya he celebrado muchas veces la Misa Tridentina y cada vez estoy más convencido del inapreciable don que tenemos en la liturgia tradicional, más convencido de la libertad y de la naturaleza intemporal de esta adoración de la Trinidad. No hay ninguna necesidad para ningún sacerdote de pensar constantemente en nuevas maneras de mantener la atención de la gente, o ninguna necesidad de divertir a la audiencia con historias chistosas. ¡Tantas cosas han sido removidas de nuestras iglesias!: estatuas, vestiduras, música y hasta coros, para no decir nada de doctrina y predicación; la lista, por cierto, es muy larga para contemplar. Tenemos la obligación de preservar la belleza en todas sus formas. La Misa Tridentina es, ciertamente, uno de esos inapreciables tesoros que tenemos. No debe ser olvidada, ni desdeñados sus beneficios espirituales. Este gran don no debe jamás ser motivo de embarazamiento. Por lo contrario, estemos orgullosos del amor que tenemos por la Misa antigua; no permitamos nunca ser menospreciados o ridiculizados por aquellos que la critican sin saber nada de ella.