sábado, 26 de abril de 2014

domingo, 20 de abril de 2014

Francisco y Benedicto





FUENTE: XL SEMANAL – FINANZAS.COM

20/04/2014 – 00:00 Peter Seewald – XL Semanal

Por primera vez en la historia, una misma persona atiende a dos papas. El hombre de confianza de Benedicto XVI es ahora también el Prefecto de la Casa Pontificia del Papa Francisco. Charlamos con él, la persona que mejor conoce las entrañas del Vaticano.

El camino que ha recorrido este hombre ha sido largo. Hijo de un herrero, nació hace 58 años en un pueblecito alemán de 450 habitantes, en la Selva Negra. Hoy es arzobispo y prefecto de la Casa Pontificia en el Vaticano.

Georg Gänswein recibió pronto la llamada de la vocación. Tomó la decisión de hacerse sacerdote con solo 18 años y quienes lo conocen hablan con admiración de su mente afilada. En la actualidad, este arzobispo es al mismo tiempo secretario privado del Sumo Sacerdote Francisco y del Papa emérito, Benedicto XVI. Lleva la agenda de ambos y filtra de entre el alud de cartas, llamadas y peticiones de audiencia aquellas que serán contestadas y admitidas. El camino que conduce a cualquiera de los dos Papas siempre pasa por él.



XLSemanal. Su nuevo jefe no vive en el apartamento pontificio, lleva zapatos normales y conduce coches baratos. ¿Hay un revolucionario antisistema sentado en el trono de Pedro?

Georg Gänswein. No. Los que estamos en contacto constante con el Papa Francisco hemos aprendido a diferenciar entre la imagen externa y su personalidad real. Su impronta jesuita ya de por sí va en contra de lo de ‘revolucionario’ y del concepto ‘anti’. En cuanto a los zapatos, no deja de ser una cuestión estética. Además, sería un esfuerzo vano tratar de convencerlo de que, tanto desde una perspectiva visual como de la tradición, probablemente lo más correcto sería amoldarse a la línea de su predecesor.

XL. Si hay algo que Francisco no ha permitido, es que nadie le diga lo que tiene que hacer.

G.G. La verdad es que yo nunca le he impuesto nada al Papa. ¡Ni sé cómo podría hacerlo! El paso del anterior pontificado al actual fue todo un desafío. Pero ahora me entiendo tan bien con el Sumo Pontífice como con el emérito.

XL. Sin embargo, da la sensación de que muchas de las cosas que eran habituales con Benedicto faltan ahora en Francisco: la precisión en la palabra, la riqueza de la tradición…

G.G. Ambas personalidades son totalmente diferentes. El Papa Francisco es un hombre de gestos y hace cosas que no se esperan de un pontífice. A Benedicto se le escuchaba, y así era como su palabra llegaba. Con Francisco, la gente primero quiere ver cómo se desenvuelve, cómo afronta su tarea. Es un hombre que entiende que hay que dirigirse a la persona en su conjunto, no solo al intelecto. Si el entusiasmo que el nuevo Papa ha despertado se mantiene, es algo que se verá con el tiempo.

XL. Usted tuvo elección. Pudo decidir si quería o no servir a los dos papas.

G.G. Yo no busqué este doble trabajo, vino a mí. Ahora asumo ambas realidades e intento armonizarlas.


XL. Durante el día es prefecto con el Papa en activo; por la noche, secretario privado del Papa emérito y vive con él en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines del Vaticano.

G.G. En la misma casa viven también las monjas de Memores Domini, que ya lo asistían durante su pontificado. Es una convivencia familiar, igual que antes, pero sin la presión de la responsabilidad. Y eso se nota, por supuesto. Benedicto se ha vuelto aún más tranquilo, más bondadoso. Ya no se siente oprimido por la carga del pontificado. Naturalmente, el paso de los años también se nota. El Papa emérito es un anciano, pero mantiene una mente lúcida y el mismo sentido del humor de siempre.

XL. Han circulado todo tipo de versiones sobre los motivos de su renuncia. Algunos afirman que fue el escándalo del Vatileaks lo que lo llevó a ello. Antes que nada, ¿cómo recuerda usted aquel 11 de febrero de 2013?

G.G. Fue un día como los demás. Empezó con la misa, luego siguió el breviario y a continuación el desayuno. Nunca tuve la impresión de que el Papa estuviera nervioso. Cuando más tarde lo ayudé con los ropajes litúrgicos que llevaría para el consistorio la muceta, el roquete, la cruz pectoral y la estola, ya le noté cierta inquietud. Luego se dirigió a la sala donde estaban reunidos todos los cardenales.






XL. Por cierto, se dice que muchos cardenales, al principio, no se enteraron porque no entendían bien el latín.
G.G. No fue exactamente así. El consistorio se había convocado para anunciar varias canonizaciones. Las sillas de los 70 cardenales estaban dispuestas en forma de herradura delante del Papa. El desconcierto comenzó cuando empezó a hablar en latín: «Estimados señores cardenales, no les he convocado únicamente para hacerles partícipes de la canonización, sino que tengo otra cuestión importante que comunicarles». Todos estaban agitados. «¿Qué sucede?», se decían. Cuando Benedicto continuó leyendo la declaración, que él mismo había redactado, algunos se quedaron petrificados. Se miraban y se preguntaban: «¿Lo habré entendido bien?».

XL. Según creo, la decisión de retirarse ya la había tomado en agosto de 2012. Su médico personal afirmó que no podría resistir otro vuelo transatlántico. Y el Papa tenía en ciernes la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río. En una de las entrevistas que mantuve con él, el propio Santo Padre me dijo que aquello le había hecho ver que tenía que retirarse a tiempo «para que el nuevo Papa pueda tener una etapa de rodaje antes de ir a Río». ¿Intentó usted hacerle cambiar de opinión?

G.G. El Sumo Pontífice me contó su decisión en la forma en la que usted lo ha descrito. Mi primera reacción fue: «¡No, Santidad, no puede hacer eso!». Pero aquellas fueron palabras dichas desde el afecto. Enseguida, me di cuenta de que no me lo había contado para que lo ayudase a tomar la decisión, sino que me estaba comunicando una resolución que ya había adoptado en firme.

XL. Usted fue una de las cuatro personas que conocían el secreto.

G.G. Cuando el Papa me desveló lo que tenía pensado hacer, me obligó a mantenerlo bajo el compromiso de silencio. Se podrá imaginar que no me fue nada fácil, hubo situaciones en las que aquello casi me desgarraba por dentro.

XL. Benedicto XVI aseguró que su decisión no tuvo nada que ver con Vatileaks. El Papa explicó que su retirada se debía a la disminución de sus fuerzas. ¿Vio en el sufrimiento de Juan Pablo II un mensaje personal del anterior Papa, algo a lo que en cierto sentido él no estaba obligado?
G.G. Creo que lo ha interpretado usted de la forma correcta. El pontificado de Juan Pablo II duró 27 años. El de Benedicto XVI, apenas ocho, es decir, menos que el tiempo que se prolongó el padecimiento de Juan Pablo II. Llegó a la conclusión de que continuar en el cargo hasta terminar como lo hizo su predecesor, o imitarlo de alguna manera, no era lo que le correspondía a él.

XL. ¿Cómo fue el 28 de febrero de hace un año, cuando salió del Vaticano en helicóptero con dirección a Castel Gandolfo?

G.G. El día se fue haciendo más triste de hora en hora. Sobre todo, cuando dejamos el apartamento pontificio. Primero bajamos en ascensor al patio de San Dámaso, donde se habían reunido espontáneamente muchos de los empleados, algo que nosotros no sabíamos. Luego seguimos en coche hasta el helipuerto. Reinaba un silencio elocuente mientras sobrevolábamos la ciudad. Se me hizo muy penoso. Sentí un dolor intenso. Y la expresión natural del dolor son las lágrimas.

XL. El primer acto del sucesor de Benedicto fue llamar por teléfono a su predecesor, aunque no consiguió hablar con él.
G.G. Ocurrió de la siguiente forma: el sustituto y el secretario de la Segunda Sección de la Secretaría de Estado, así como el prefecto de la Casa Papal, en este caso yo, tienen el derecho y la obligación de prestarle al Pontífice juramento de obediencia inmediatamente después de su elección. Así que aguardé mi turno y me dirigí hacia Francisco, que me saludó y me dijo: «Me gustaría llamar al Papa Benedicto. ¿Cómo puedo hacerlo?». «Muy fácil le contesté, tengo el número. ¿Cuándo?». «Enseguida». Y así lo hicimos, pero nadie contestó en Castel Gandolfo. «¡No puede ser!», me dije. Llamé a uno de nuestros guardias destacado allí y le pedí que, por favor, se acercara a ver qué pasaba. Pero tampoco respondió nadie cuando llamó a la puerta. Al segundo intento sí lo conseguimos. El motivo fue que el Papa Benedicto, su segundo secretario y las memores estaban viendo la televisión y no oyeron nada.

XL. Benedicto pensaba que su sucesor sería otro. «Cuando escuché el nombre me contó, al principio no estuve muy convencido. Pero cuando vi cómo hablaba con Dios y cómo con los hombres, me sentí feliz». ¿Cómo lo vivió usted?

G.G. Cuando escuché, y luego vi con mis propios ojos, sobre quién había recaído la elección, mi primer pensamiento fue: «¡Qué sorpresa!». Y lo fue en muchos sentidos. Un hombre que no era de Europa, no estaba entre los favoritos… A todo esto se sumaba que pertenecía a una orden religiosa: ¡un jesuita!, ¡y, además, el primero! ¡Era para estar sorprendido!





XL. ¿El Papa Francisco trae una forma distinta de religiosidad?
G.G. Francisco trae consigo una musicalidad religiosa que nosotros, en Europa, tenemos que recuperar, que volver a aprender. Y eso es algo que solo puede hacernos bien. La alegría religiosa que allí se percibe es un gran regalo para nosotros en Europa.

XL. ¿Habla usted con el ‘viejo Papa’ sobre su sucesor?
G.G. Cuando vives con alguien, conversas de todo; eso está claro. Yo expreso mi opinión abiertamente y sin reparos, y Benedicto contesta con la misma franqueza.

XL. Parece que el Papa nuevo y el viejo se entienden bien. Benedicto me aseguró en una entrevista que no tenía ningún problema con el estilo de Francisco: «Al contrario, me parece bien», me dijo. Esto sorprenderá a bastantes personas.

G.G. A mí también.

XL. En muchos aspectos, el Papa Francisco no dice nada diferente de lo que dijo Benedicto. Sin embargo, se los presenta como si tuviesen personalidades opuestas.

G.G. En mi opinión, eso es algo simplista. No hay que pasar por alto que el Papa Benedicto tuvo que afrontar graves problemas y que no lo hizo pensando en cómo se recibiría fuera, sino pensando en la verdad, en hacer lo correcto. Estoy convencido de que, en caso del Sumo Pontífice Francisco, tampoco será de otra manera, lo único es que todavía no ha tenido ocasión de dar prueba de ello. En cualquier caso, no los veo como opuestos, sino como complementarios.

XL. ¿No le parece que muchas veces lo que se hace es simplemente hablar bien de Francisco, como si se quisiera edulcorar su imagen, una especie de hagamos un papa como el que nos gustaría tener?
G.G. El rasgo principal que, a día de hoy, caracteriza la percepción pública de la figura del Papa Francisco es la admiración, incluso diría que el entusiasmo. Pero ¿todo lo que él dice se percibe también así? Mi impresión es más bien que a sus palabras se les atribuyen todo tipo de interpretaciones. Todos creen que pueden reclamarlo para sí. Evidentemente, llegará el día en el que se acabará separando el grano de la paja.

XL. Benedicto XVI nombró a un protestante presidente del Consejo Científico papal. Bajo su pontificado, un profesor musulmán enseñó el Corán en la Universidad Gregoriana. También comió lasaña con los sintecho y visitó a jóvenes en prisión. Expulsó a cerca de 400 sacerdotes por estar relacionados con abusos sexuales. Pero todo esto apenas ha llegado a la opinión pública. ¿Se negó Benedicto a hacerlo porque se opone a toda forma de efectismo o es que simplemente se le ha ‘vendido’ mal?

G.G. Benedicto es un hombre contrario al culto a la persona. Nunca le ha dado ningún valor a saber venderse. El hecho de que el trabajo de prensa no siempre fuera el óptimo es algo de lo que extraer enseñanzas para hacerlo mejor en el futuro. La opinión pública percibe lo que le transmiten los medios de comunicación. Que eso se ajuste a la realidad apenas juega papel alguno.

XL. ¿El camauro, ese gorro rojo con el ribete de armiño blanco, fue un error?
G.G. No fue idea mía, y tampoco me entusiasmó. Simplemente se buscó un gorro para que el Papa pudiera llevarlo en invierno. Y aquel día se lo puso porque durante la audiencia general hacía mucho frío y el viento soplaba con fuerza en la plaza de San Pedro. Pero eso bastó para reproducir la imagen una y otra vez y para decir: «Mirad, es un papa que quiere llevarnos al pasado, a la Edad Media». Un absurdo.


XL. Hablemos de la última polémica: el cuestionario que el Vaticano ha elaborado sobre la aceptación de la doctrina moral católica…

G.G. La idea de la encuesta surgió con la vista puesta en el sínodo que tendrá lugar en Roma en octubre. La Secretaría del sínodo ha enviado un cuestionario a los obispados de todo el mundo como preparación para este importante encuentro con la intención de sondear cómo está el panorama en lo que son ‘las verdaderas bases’.

XL. ¿Es que no se sabe?
G.G. Yo creo que sí, pero no hay nada malo en tomar una fotografía de la situación actual como preparación para el Sínodo de la Familia. De esa forma se consigue un punto de partida sólido, realista, sobre el que empezar a trabajar en octubre. Una encuesta no es ni mucho menos un instrumento para imponer determinadas concepciones.

XL. ¿Se encontrará Francisco con un problema?

G.G. Si su pregunta se refiere concretamente al sínodo, entonces sí, es posible. El Papa Francisco se está viendo expuesto a una presión enorme debido a las expectativas que ha despertado. Desgraciadamente, a esto han contribuido algunas indiscreciones. Si no se satisfacen esas expectativas, la situación podría cambiar rápidamente.



XL. Volviendo a Benedicto XVI: ningún otro pontífice moderno ha cambiado el papado tanto como él. Lo inauguró recuperando la tiara del escudo papal y lo cerró con su renuncia, la primera dimisión en la historia de un papa que estuviera en auténtico ejercicio de su dignidad. En el momento final, el filósofo de Dios se ha dirigido allí donde el intelecto solo no basta: se ha vuelto a la oración, a la meditación. ¿Esto también constituye un mensaje?

G.G. Sí, un mensaje muy fuerte y muy claro. La Iglesia no solo se gobierna mediante decisiones, también mediante la oración. En la última etapa de su vida como «peregrino terrenal» así es como el propio Benedicto se definió en su discurso de despedida en Castel Gandolfo quiere acompañar y apoyar a la Iglesia y a su sucesor desde la oración.



Francisco

“Su actitud no es una estrategia. Es así: directo y sencillo”

“Es un hombre muy directo, muy sencillo y muy auténtico tanto ante las multitudes como en las audiencias privadas. No es una forma de ganar puntos, no es una estrategia. El Papa es tal y como se muestra. Francisco no está cambiando la esencia del papado. Sí ciertos aspectos concretos relacionados con el día a día. Hay que darle al Papa margen de maniobra, la libertad de hacer las cosas de una forma diferente a sus predecesores. Además, a mí no me supone ningún problema que el Papa Francisco lleve él mismo su maletín o que haga esto o aquello de una forma distinta”.

Benedicto XVI

“La verdadera revolución fue su renuncia”

“El Papa emérito es un hombre tímido. Se ha hablado mucho de revolución en el Vaticano tras el último cónclave, es decir, con el comienzo del nuevo pontificado. Pero lo verdaderamente revolucionario fue la decisión de Benedicto de renunciar como sucesor de Pedro. Eso fue lo decisivo. Y solo ahora estamos viendo la enorme relevancia que tuvo. Ha habido 267 papas y ninguno de ellos ha sido exactamente igual que su antecesor. Hay que valorar a los distintos papas como sucesores de Pedro, y no medirlos por comparación con otros sumos pontífices”.

Mi vida antes del Vaticano
“Mi padre administraba una herrería que pertenecía a la familia desde generaciones. Mi madre era ama de casa. Quizá entre los 15 y los 18 años fuera un joven rebelde. Escuchaba a Cat Stevens, Pink Floyd y otros artistas famosos de aquella época. Llevaba una melena bastante larga. A mi padre no le gustaba, así que de vez en cuando discutíamos. Para pagarme mis estudios trabajé como cartero. Nunca tuve una relación estable. Sí pequeñas y románticas amistades juveniles. Al principio quería ser corredor de Bolsa. Pensaba que podía hacer dinero muy rápido. Luego pensé: ‘¿Y después?’. Así empecé a buscar… Así llegué a la Filosofía y a la Teología y fui avanzandohacia el sacerdocio paso a paso”.

Los dos Papas hablan por teléfono y se escriben
“Puedo contar una historia muy bonita, comenta el arzobispo el canal alemán ZDF. Francisco concedió una entrevista a una revista jesuita y, cuando recibió el primer ejemplar de la publicación, me la entregó y me dijo que se la llevara a Benedicto XVI, que le pidiese que anotara todas las críticas que se le ocurrieran y que luego me la devolviera. Tres días después, Benedicto me dijo que tenía cuatro páginas y me pidió que se la llevara, por favor, a Francisco; sí, el Papa emérito había hecho sus deberes… Había leído la entrevista y le transmitía a su sucesor algunas reflexiones. Naturalmente, no voy a decir cuáles. La comunicación entre ellos se da de muchas formas; por escrito, pero también por teléfono. Hace poco, para el cumpleaños del Papa Francisco, que es el 17 de diciembre, quería invitar a comer a Benedicto XVI en Santa Marta, pero estaba llena de gente y pareció mejor dejarlo para después de Navidad, que sería más discreto. Para muchos, ver dos papas comiendo juntos sería demasiado…”.

“Ser Papa después de Juan Pablo II”
“Se ha especulado mucho sobre si Juan Pablo II quería que el Cardenal Ratzinger fuese su sucesor apunta el arzobispo. Yo no lo sé. Juan Pablo II es una de las personas más apreciadas, si no la que más, por Benedicto XVI». Para algunos, Benedicto tuvo mala suerte al ser elegido Papa tras una figura del calibre de Juan Pablo II. Sobre eso, Gänswein afirma: «El Espíritu Santo manda al Papa en el momento justo, y esto vale para Juan Pablo, para Benedicto y para Francisco. Después del larguísimo pontificado de Juan Pablo II, vivido en plena fuerza durante los primeros veinte años, y tras los años de sufrimiento (público, visible y perceptible), se convirtió en Papa una persona que vivió durante 23 años al lado de Juan Pablo como ningún otro cardenal. No creo que Benedicto haya sido desafortunado. Habría sido difícil para quien hubiera sido elegido”.

viernes, 11 de abril de 2014

Las propiedades de la Santa Misa - San Vicente Ferrer




Las gracias qué alcanza la persona que oye misa devotamente son estas:

Primera: Quien celebra la misa ora especialmente por quien la oye.

Segunda: Oyendo la misa se goza de maravillosa compañía, porque en la misa está Jesucristo, tan grande como en el árbol de la cruz, y por concomitancia está también la divinidad, la Trinidad santa. Además, está en compañía de los ángeles santos. Y, según escribe un doctor, en el lugar en donde se celebra el santo sacrificio de la misa hay muchos santos) y santas, especialmente por aquello: Son vírgenes que siguen al Cordero doquiera que va (Apoc., 14, 4.).

Tercera gracia que alcanza la persona que oye devotamente la misa: Que le ayuda en los trabajos y negocios. Se lee de un caballero, que tenía costumbre de oír misa sumido en gran devoción, que cierta vez salió del mar con sus compañeros y estaba preparándose en una capilla para oír misa. Los compañeros le anunciaron que la nave iba a darse a la vela y que se diese prisa. El caballero contestó que primero quería oír misa. Por lo cual le dejaron en tierra v partió la nave) Después de haber oído la misa, el caballero se durmió, y cuando despertó se halló en su propia tierra. Después de muchos días llegaron los de la nave, y se maravillaron al verlo.

Y de otros casos se leen cosáis maravillosas. Además, la persona que oye misa disgusta mucho al diablo; pues interroga­do cierta vez qué era lo que más le desagradaba contestó que tres cosas: los sermones, es decir, la palabra de Dios, la misa y la penitencia.

Cuarta gracia que alcanza la persona que oye misa devota­mente: Que será iluminada en las cosas que ha de discernir y determinar por su inteligencia. Se dice de San Buenaventura, de la Orden de frailes menores, que ayudaba las misas frecuentemente y con harta devoción. Y un día, sirviendo la misa, Santo Tomás de Aquino vio una lengua de fuego sobre la ca­beza del dicho fray Buenaventura, el cual, de entonces en ade­lante tuvo ciencia infusa.

Quinta gracia: Que la persona que oye misa devota y benignamente, no morirá ese día de desgracia ni sin confesión. Sexta gracia: Que en su muerte estarán presentes tantos santos cuántas misas haya oído devotamente. Dice San Jeróni­mo que a las almas por las que está obligado a orar el que oye la misa -su padre, su madre, sus parientes y bienhechores-, durante el espacio de tiempo en que oye la misa, les serán atenuadas las penas del purgatorio. Dice San Ambrosio que des­pués que la persona haya oído la misa, todo lo que coma en aquel día hará más provecho a su naturaleza que si no hubiese oído la misa. Si la mujer en estado oye la misa, dará a luz sin gran trabajo, si lo hiciere en aquel día.

San Agustín escribe en el libro De civitate Dei que a la persona que oye misa devotamente nuestro Señor le dará en ese día las cosas necesarias. La segunda gracia que tendrá es que sus palabras vanas le serán perdonadas. Tercera, que aquel día no perderá ningún pleito. Cuarta, que mientras oye la misa no envejece ni se debilita su cuerpo. Quinta, que si muere en ese día la misa le valdrá tanto como si hubiese comulgado. Sexta, que los pasos que da yendo y viniendo a la misa, son contados por los santos ángeles y remunerados por Dios nuestro Señor. Además, más vale una misa que se oye en vida devotamente, que si después de la muerte oyera otro mil. Se lee que oír misa con devoción aprovecha para remisión de los pecados y crecimiento de gracia más que otras oraciones que el hombre pueda decir o hacer, pues toda la misa es oración de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, infinitamente dulce y piadoso, que es cabeza nuestra y todos los fieles sus miembros. Dice San Gre­gorio que mientras se celebra la misa se perdonan los pecados de los muertos y de los vivos. Y San Crisóstomo escribe que vale tanto la celebración de la misa como la muerte de Jesu­cristo, por la que nos redimió de todos nuestros, pecados. Finalmente, la salvación de la humanidad está cifrada en la celebra­ción del santo sacrificio de la misa, porque todo el esfuerzo del malvado anticristo se orientará a quitar de la santa Madre Iglesia este santo misterio, en el que se maneja el precioso cuerpo de Jesucristo, en memoria de su santa pasión, por medio de la cual los fieles cristianos de buena vida, aunque sean igno­rantes y sin ciencia, podrán ver las astucias y malicias del mal vado anticristo y de sus seguidores.

miércoles, 9 de abril de 2014

La comunión de rodillas - Mons. Héctor Aguer



El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, recordó que “en la Arquidiócesis se puede recibir la sagrada Comunión de pie o de rodillas, en la boca o en la mano”. Y sugirió, además “que para facilitar el gesto de quienes deseen comulgar de rodillas se ubique un reclinatorio en el lugar donde se distribuye la Eucaristía”.


En el decreto Nº 047/014, el prelado sostuvo que “han llegado a esta sede numerosas consultas de fieles a quienes, según sus declaraciones, se les ha impedido recibir la Sagrada Comunión de rodillas”. Y en sus considerandos destacó que “en diversos documentos de la Santa Sede se insiste en la necesaria libertad de los fieles respecto de la postura y la forma de recibir el Cuerpo del Señor, actitudes que siempre deben expresar la fe del cristiano, su respeto al Sacramento y su devoción eucarística. Y que la Instrucción “Redemptionis Sacramentum”, del 25 de Marzo de 2004, expresa que es lícito recibir la Sagrada Comunión arrodillado o de pie, en la boca o en la mano”.

Fomentar el amor a Cristo

Añadió en el documento que “la finalidad de estas disposiciones es, en el respeto de la libertad de los fieles, fomentar el amor a Cristo, presente en el Santísimo Sacramento, y el fruto de su recepción en todos los que se acercan a la mesa eucarística”. Por ello, concluyó, “encomiendo a los presbíteros de la Arquidiócesis la explicación a los fieles de nuestras parroquias y capillas de las disposiciones de este documento, en una oportuna catequesis y el correcto cumplimiento de las mismas”.



Fuente: Arzobispado de La Plata

sábado, 5 de abril de 2014

La primer misa tridentina de un sacerdote




del Padre Stephen Shield 

 Se podría decir que soy un converso reciente a la misa tridentina. Hace sólo cinco años que fui ordenado, y tuve poco contacto con ella hasta después de mi ordenación. El obispo Brewer nos pidió que celebráramos la misa antigua en la iglesia de los Mártires Ingleses, y para decir la verdad nos sentíamos un poco reticentes porque no estábamos muy seguros de qué se trataba todo eso. 
La primera vez que celebré la Misa, o más bien una semana antes, fue una pesadilla. Todo parecía tan extraño, tan remoto de mi experiencia sobre la Misa. Las numerosas rúbricas y directivas que había que recordar parecían muy complicadas e innecesarias. ¿Se daría cuenta alguien si yo me olvidara de algo? ¿No podría yo simplificar un poco las cosas? 

Al sonar la campana y ponerse de pie la congregación la pesadilla continuó. Yo estaba bien conciente de los tremendos momentos que me esperaban. ¿Me acordaría de todo? Yo rezaba para no olvidarme que estaba diciendo Misa con mi preocupación de acordarme qué hacer y cuándo moverme, cuándo hacer la señal de la Cruz, y así por delante. 
Una vez que el birrete del sacerdote estuvo en las manos del acólito, el cáliz en el corporal y el Misal abierto, me arrodillé y así empezó. Desde ese momento las cosas se estabilizaron, la Misa comenzó, y aunque los nervios no desaparecieron ya no me dominaban. Creo que el miedo de lo anterior es a veces tan difícil de enfrentar como el miedo de lo nuevo. 
Cuando la Misa terminó (y estoy seguro que no cometí muchos errores), y la iglesia ya cerrada, me serví un gin tonic en un vaso un poco más grande que lo habitual, y vino el momento de la reflexión. Lo que se presentaba como una pesadilla finalizó como una experiencia espiritual diferente de cualquier otra cosa. Pero, ¿qué es lo que la hizo tan diferente y por qué yo me sentí tan diferente? Por encima de todo, había un poderoso sentido de la presencia de Dios. Fue un sentir la majestad del Padre, el confortamiento y el calor del Espíritu Santo, el perdón y la amable guía de Nuestro Bendito Señor en esa Misa. ¿Habrá sido por tratarse de una nueva experiencia? ¿O era algo más grande que eso? 


A propósito de esto recordé algo que una vez oí en una lectura de Teología Espiritual. El P. Jordan Aumann se refirió a la liturgia como la mayor fuente de inspiración para la vida espiritual. Volviendo a leer sus palabras me golpeó el siguiente pasaje:
“El vínculo entre la tradición y la liturgia se manifiesta en enunciados tales como ‘lex orandi est lex credendi – la ley de la oración es la ley de la Fe’. La liturgia es, entonces, una expresión de la vital continuidad y perenne unidad de la proclamación por la Iglesia de las verdades reveladas a todas las naciones a través de los siglos. En lo que respecta al Magisterio, el papa Pío XI se refirió a la liturgia como ‘El principal órgano del Magisterio de la Iglesia’” (Jordan Aumann, O.P., Spiritual Theology, Sheed & Ward, London, 1986, p. 29).

La Tradición es la transmisión el depósito de la Fe de una generación a otra bajo la enseñanza y guía de la Iglesia. Esta Tradición proclama, explica y aplica verdades reveladas al pueblo de Dios a través de los siglos. Mientras las tradiciones humanas caen frecuentemente en el error, la tradición viviente de la Iglesia es infalible con relación al contenido esencial de la Fe.

 La liturgia es la adoración pública de la Iglesia. Es la forma de piedad practicada por la Iglesia en cumplimiento de su misión de alabar y glorificar la Santa Trinidad y santificar las almas. Mediante esta adoración pública podemos expresar nuestra creencia en las verdades de nuestra Fe y mostrar a otros el misterio de Cristo y la verdadera naturaleza de su Iglesia. En otras palabras, la liturgia no es simplemente una necesidad de obligación, sino una expresión viva de lo que creemos, y de la vida que vivimos en la Santísima Trinidad. Esto es parte de la “continuidad vital” a la que se refiere el P. Aumann – la misma fe creída por todo el pueblo, en todas partes, en todos los tiempos. Ese cuerpo no debe ser dividido; de ahí la frase del P. Aumann, “unidad perenne”, la unidad de todos los creyentes manteniendo la misma Fe que ha sido preservada y transmitida de generación en generación. El Santo Padre actual (se refiere a JPII) enfatiza tradición y unidad en su Carta Apostólica Ecclesia Dei:
“Es imposible permanecer fiel a la tradición y rompiendo el lazo eclesial con aquel al cual, en la persona del Apóstol Pedro, Cristo mismo confió el ministerio de la unidad en Su Iglesia (Ecclesia Dei, párr. 4, citando Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I). 

La tradición, la liturgia y la singularidad de la Iglesia son esenciales para que comprendamos el lugar que ocupa el rito tradicional de la Misa en la Iglesia contemporánea. Ante ese evento extraordinario, mi primera Misa latina, estamos uniéndonos nosotros mismos mediante este rito tradicional en la tradición viva de la Iglesia. No es que estemos ubicándonos en una situación diferente: somos una parte viviente de esa tradición, activamente, continuamente.
Mientras tanto, los liturgistas liberales continúan mostrando una total oposición a las formas tradicionales y al sentido común. Relato aquí un pequeño hecho: un liturgista fue a ver a un amigo mío, diciéndole que necesitaba cambiar su iglesia, para “ponerla al día” y “reordenarla”. Mi amigo le contestó: “Muy bien, “¿qué debo hacer?” “Tiene que correr el altar más cerca del pueblo”. Mi amigo respondió: “si muevo el altar más cerca del pueblo no va a quedar lugar en el santuario”. A lo que el experto en liturgia contestó la respuesta que ya tenía preparada: “Muy bien, saque las seis primeras filas de bancos”. ¡Y éstos son los llamados “expertos”! 

Estos así llamados liturgistas hablan de la majestad de los ritos antiguos, de la maravilla de los bautismos tal como se celebraban en el siglo V en Siria, y así por delante; pero ante una sola mención de la Misa Tridentina y es como si se les hubiera pedido negar la existencia de Dios. Por alguna razón, ellos tienen temor de la misa antigua. Lo que ellos buscan es el cambio, y con un familiar dogmatismo liberal denuncian a todo aquel que esté en desacuerdo con sus puntos de vista. Mientras ellos condenan la Misa Tridentina y a quienes desean su celebración, perdonan sus cambios personales en las normas de la Misa (nueva) so capa de legítima experiencia litúrgica. 


Los liturgistas insisten que la liturgia debe ser inmediatamente comprensible y accesible a todo el mundo. Con este pretexto han reducido el culto de la Iglesia al más bajo común denominador. Ellos han evitado toda noción de lo sagrado, toda noción de sacrificio, reduciéndose a “¿Cómo me siento?”, o “Por dónde vas”, o “¿A dónde vamos?” Por cierto que la liturgia no se trata de eso. La liturgia existe para la glorificación de Dios y la santificación de las almas. Su objetivo no es confortarme y hacerme sentir feliz. Es a mí que me corresponde llevarme a mí mismo y ofrecerme a mí mismo con mi Salvador hacia el Padre de los cielos. Esta búsqueda del más bajo de los denominadores comunes lleva a los laicos a la convicción de que son incapaces por sí mismos de apreciar las maravillas de la liturgia tradicional. Como consecuencia de ello se han multiplicado la explicaciones, y las ceremonias han sido simplificadas hasta un punto tal que ya no significan absolutamente nada. 


Por esta razón, quedé particularmente encantado al leer el discurso del Cardenal Ratzinger a los obispos libaneses que se encontraban en Roma para un Sínodo. Hablando con ellos sobre su liturgia, basado en el documento que estaban analizando, contestó, citando ese documento:
“… muchos esperan una reforma más profunda de las oraciones, textos y libros. Ellos pidieron adaptarse mejor al lenguaje del pueblo y su mentalidad …’ Y yo me pregunto: ¿qué es la mentalidad del pueblo? ¿Estamos pensando acerca de una mentalidad superficial, creada y homogeneizada por los medios de comunicación, o estamos pensando en los simples de corazón, cuyos ojos de fe ven aquello que está escondido a los … sabios y entendidos (cf. Mt. 1, 1:25)? Siguiendo la primera línea de pensamiento, se llega rápidamente a la banalización de la liturgia. Tenemos algunos tristes ejemplos de esto en Occidente; el Oriente no debería seguir este camino equivocado” (L’Osservatore Romano, 10 de enero de 1996).


Fuertes palabras y adecuada advertencia para el Oriente; ¡recemos para sigan el buen consejo del Cardenal! Ratzinger continuó diciendo que, con gran respeto y amor, los textos los textos se pueden cambiar alguna vez , pero que es necesario que la reforma real se dé en los corazones y en una educación litúrgica renovada por la oración. Por sobre todo, agregó:
“Nuestro Señor debe preceder nuestra acción. Junto con los discípulos debemos dirigirnos al Señor diciendo: ‘¡Señor, enséñanos a orar’ … Guiados por el Señor encontraremos el camino!”

Los cambios introducidos para modernizar la Misa y hacerla más accesible y comprensible difícilmente han probado ser el éxito predicho por los expertos. La propuesta del Cardenal Ratzinger de que la única vía para alcanzar una reforma verdadera y profunda es a través de la oración es, sin duda, un paso en la buena dirección. ¡Cuán a menudo hemos oído: cambiad esto, cambiad aquello, somos una comunidad, esta será mejor para nuestra comunidad, participemos juntos! Y ahí va la cosa, con poca o ninguna alusión a Dios o a la oración. ¿Cuándo se nos pide que recemos por el bien de la Iglesia, por los obispos y los sacerdotes, por la difusión del Evangelio?
  

 Hemos oído una y otra vez argumentar que la Iglesia de los primeros tiempos tuvo tales y tales prácticas, y que en consecuencia eso debería ser lo correcto y digno de ser restaurado. Empero, la arqueología litúrgica es apenas una parte de la tradición viviente. Los reformadores litúrgicos dicen que en la época del Concilio de Trento se carecía de medios para descubrir ese maravilloso material ahora encontrado por los reformadores acerca de los bautismos del siglo quinto en Siria. Bueno, pero, ¿qué importancia tiene eso? Los liturgistas del Concilio de Trento no se reunieron para cambiar ningún rito: ellos estaban ahí para forjar una unidad a fin de enfrentar a la Reforma. Lo que ellos procuraron era que todos los católicos creyeran las mismas cosas, es decir, las mismas creencias que habían sido transmitidas de generación en generación. Ellos no pretendieron cambiar la Misa para que los hombres de todo el mundo se sintieran más confortable, más en su casa, más a sus anchas. No. Ellos estaban luchando contra un enemigo, un enemigo que estaba tratando de destruir el depósito de la fe que había sido transmitido desde los apóstoles. 

El lugar para la misa tradicional en la vida de la Iglesia Católica hoy día, según creo, es vital. Si objeto es Dios, no el hombre. No confrontación entre el sacerdote y el pueblo, y en consecuencia no hay ninguna necesidad de que el sacerdote sienta que debe mantener entretenido al cuerpo que tiene ante él. Es difícil ignorar a la gente que se está mirando directamente. Y así los sacerdotes se han sentido presionados para entretener, con sus mentes distraídos de aquella celebración para la cual se encuentran ahí. El secularismo de nuestra época ha llevado a muchos sacerdotes a creer que lo primero es el hombre. La vieja misa, en cambio, clama por lo exactamente opuesto. 

De manera que todos los temores a los que me referí al empezar –por ejemplo, la gran cantidad de rúbricas y los movimientos predeterminados– no son represivos, como pensé primero. Más bien, ellos facilitan una libertad que ha desaparecido de la misa tal como ella es ahora. Las rúbricas y la ley canónica son ambas esenciales, pues ellas son nuestra seguridad y nuestra libertad. Ellas nos dan la libertad para concentrarnos en las verdades para celebrar las cuales estallamos ahí. La ausencia de reglas no significa libertad; ella significa caos, y ahí es donde nos ha llevado el nuevo rito – a un estado de caos. La reglas litúrgicas habilitan al sacerdote y a los fieles para estar completamente libres para absorberse en el gran misterio que están celebrando. Esto es verdadera participación; esto es adoración accesible e inteligible. ¿Cómo podemos, honestamente, llamar participación al balanceo de los fieles en las naves de la iglesia y hacer olas con las manos en el aire? Un tal comportamiento puede satisfacer el ego por un momento pero nada ello habla de eternidad; todo ello confina a las almas al presente.
 

La misa antigua es intemporal, como también debería serlo la misa nueva. Todas las épocas son convocadas conjuntamente cuando el Cuerpo Místico de Cristo se reúne para celebrar la Pasión, muerte y Resurrección del Salvador, y no deberían perderse en apenas unos momentos lindando con la histeria. La Liturgia consiste en la adoración de Dios Todopoderoso y la santificación del mundo; no tiene nada que ver con ser entretenidos por un sacerdote que aparece como un comediante fuera de lugar, de segunda clase. 

Hemos tenido semanas de reuniones de expertos y exposiciones sin fin de programas misionales. Yo me levanté y declaré que el espectáculo era absurdo y extravagante. Nuestro Señor nos dio este programa: “Id y predicad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. Ése es el programa misionero de todos nosotros como cristianos y el que como tales debemos tener. Todos participamos de esta misión de nuestro bendito Señor. La Iglesia toma esta misión seriamente, pues ella existe para la santificación de las almas. Es por esta razón que la Misa termina con el “Ite, Missa est – Deo Gratias”. Así es que opera esta tradición viviente de la Iglesia; después del “Id, vosotros sois enviados”, la más acabada respuesta que podemos dar es “Deo Gratias” – demos gracias a Dios. Con ello quedamos preparados para ir al mundo y llevar con nosotros la misión de la Iglesia de enseñar a todas las naciones. Se nos ha dado la gracia de la Misa; tomemos entonces con nosotros el mensaje del Evangelio y llevémoslo a otros para que se unan en este santo misterio. ¿Pero cómo podrá atraerse a la gente si todo lo que se les ofrece es un sacerdote portando las orejas del Ratón Mickey?


Ya he celebrado muchas veces la Misa Tridentina y cada vez estoy más convencido del inapreciable don que tenemos en la liturgia tradicional, más convencido de la libertad y de la naturaleza intemporal de esta adoración de la Trinidad. No hay ninguna necesidad para ningún sacerdote de pensar constantemente en nuevas maneras de mantener la atención de la gente, o ninguna necesidad de divertir a la audiencia con historias chistosas. ¡Tantas cosas han sido removidas de nuestras iglesias!: estatuas, vestiduras, música y hasta coros, para no decir nada de doctrina y predicación; la lista, por cierto, es muy larga para contemplar. Tenemos la obligación de preservar la belleza en todas sus formas. La Misa Tridentina es, ciertamente, uno de esos inapreciables tesoros que tenemos. No debe ser olvidada, ni desdeñados sus beneficios espirituales. Este gran don no debe jamás ser motivo de embarazamiento. Por lo contrario, estemos orgullosos del amor que tenemos por la Misa antigua; no permitamos nunca ser menospreciados o ridiculizados por aquellos que la critican sin saber nada de ella.